Somos los más grandes. Lo mismo aplaudíamos a las ocho de la tarde que abucheábamos a un pequeño que paseaba con TEA porque estaba prohibido salir a la calle. Policías y héroes. Y nos lo creíamos. Policías, héroes e ilusos, en realidad. Porque pensábamos que tras el confinamiento íbamos a valorar más las pequeñas grandes cosas y ganar en respeto y empatía, educación e higiene por descontado. Volvemos al mundo de las prisas y de la quinta marcha, sin respirar y aunarse con el paisaje que tenemos la suerte de disfrutar. Volvemos a ojear el Diario en el bar y nos echamos saliva en el dedo para pasar las páginas (con la mascarilla puesta porque somos limpios y educados). Y volvemos a ser egoístas. La pasada semana este periodista vio una publicación en un grupo de Facebook en la que una persona adulta subía una fotografía de dos niños jugando en el campo del fútbol del pueblo, criticando que era algo que estaba prohibido, llamando incluso a la Policía Local y echando los agentes a los críos de allí.

Días antes aparecía un hilo en Twitter en el que un agente contaba que una mujer había ido a comisaría a preguntar si podía viajar entre ciudades, encontrándose con el no del Policía; después le explicó que tenía una hija a la que acababan de diagnosticarle leucemia y no quería dejarle sola. "Señora, ¿conoce la diferencia entre 'no deber' y no 'poder' hacer una cosa? Pues ya sabe", expiró el agente. Con esto el que suscribe no pretende animar a saltarse las leyes, pero también hay que saber interpretar. ¿Por qué están las terrazas de los bares llenas y los niños no pueden jugar al fútbol? No hace falta ser Einstein para darse cuenta. ¿Quien no ha saltado la verja del colegio alguna vez para jugar en su pista? El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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