Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

El día que desconecté

Hay que ver el fútbol como lo que es, un deporte, un juego, sin pasiones viscerales

En febrero de 2018 noté que algo cambió. Fue al ver la noticia del fallecimiento de un ertzaina, en plena batalla campal entre radicales en la previa del partido Athletic-Spartak de Moscú de Europa League. Según el parte oficial, el agente sufrió una parada cardiorespiratoria y se desplomó durante la intervención policial en Bilbao. Su muerte no la provocó directamente ninguna agresión, pero no cabe duda de que el lamentable comportamiento de los violentos seguidores fue el detonante de dicha dolencia y su fatal destino. La UEFA no emitió ningún comunicado, ni valoró suspender el partido. Recuerdo que viendo las imágenes se me cortó el cuerpo, de pensar en cómo se le puede ir tanto la cabeza a la gente por culpa de una pelotita en la que se escudan para sacar a relucir su cara más miserable.

Desde ese día, tras esa clara muestra de deshumanización por parte de los jefes del fútbol europeo, tomé una distancia total con el balompié de las alturas y sepulté cualquier pasión por animar hasta quedarme sin aliento a un equipo profesional, de la élite que mancha cada vez más la verdadera esencia de este deporte con sus amaños, permisividad de la violencia o prostitución empresarial y televisiva. En cuatro años habré visto solamente un par de partidos, y a ráfagas, que no tuviesen que ver con mi trabajo, porque mi desconexión emocional con el balón ha sido total, hasta el punto de no hacer comentario alguno en redes sociales ni  hablar sobre este deporte con mis amigos, muchos de ellos amantes de polémicas tertulias cada lunes, antes de empezar otra semana de curro, sobre la jornada del fin de semana. A muchos les va la vida en ello. Qué bien que se está tomándose el fútbol como lo que es, un deporte, un juego, sin pasiones viscerales que sacan lo peor de la gente.

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