Análisis

Joaquín Asensio Guillén

Un día mágico

Aquella mañana fría vísperas de Navidad, todo cambió. Mientras contemplaba cómo bailaban los primeros rayos de sol en el horizonte, notó como le invadía la melancolía, con el recuerdo aletargado del que fue su mejor amigo tras su separación

Un día mágico

Un día mágico

Ramiro, como cada día, se disponía a escribir en la reconfortante soledad que produce el amanecer. Este hábito, que adquirió cuando definitivamente logró separarse de su mujer, le ayudaba a desahogarse de aquel trato vejatorio que sufrió en silencio y de los agravios más deplorables que soportó por vergüenza. Por duro que parezca ésta fue la tónica permanente de aquella relación, hasta que el sufrimiento psicológico, moral y físico se convirtió en insostenible. Él sabía que tarde o temprano llegaría aquel momento, que sólo era cuestión de tiempo y que, a pesar de la angustia que le produjo, estaba seguro de que había tomado la decisión correcta solicitando ayuda a las autoridades competentes.

Durante el tiempo que Ramiro estuvo alejado de su mujer, reflexionó sobre los escenarios sufridos en aquel tortuoso matrimonio, le costó mucho superar sus temores, todavía padecía síntomas de ansiedad, sin embargo era consciente de que ya no tendría que pasar por ese castigo nunca más. Aprendió a afrontar en solitario todos los desafíos cotidianos, buscando siempre la positividad y el equilibrio de todo cuanto le acontecía, dando a cada día la posibilidad de ser el mejor de su vida y logrando con el paso de los meses que la sonrisa se volviese a reflejar en su semblante tras superar aquella depresión.

Sin embargo, aquella mañana fría víspera de Reyes, todo cambió. Mientras contemplaba cómo bailaban los primeros rayos de sol en el horizonte, notó como le invadía la melancolía, con el recuerdo aletargado del que fue su mejor amigo tras su separación; un camarada fiel e inseparable, que estuvo en todo momento a su lado, comprometido hasta que una perforación de estómago acabó con su vida. Hacía exactamente un año de su fatídico desenlace, y hasta aquel momento, Ramiro no fue consciente de lo mucho que lo extrañaba.

Un camarada fiel e inseparable, que estuvo en todo momento a su lado, comprometido hasta que una perforación de estomago acabo con su vida

Con un sentimiento de melancolía, como hacía tiempo que no sentía, decidió inspeccionar de primera mano cómo se encontraba conservado el lugar elegido para su eterno descanso. Durante el irregular y tortuoso trayecto, escuchaba por la radio del automóvil el anuncio de la tan esperada Cabalgata de Reyes, que tendría lugar por la tarde. Apenas recordaba el camino de acceso a la conocida fuente de Ulloa; un enclave popular de una belleza indescriptible, que ofrece un agua fresca que mana de las entrañas de la misma montaña. Mientras miraba a un lado y al otro, tratando de encontrar el sendero exacto, los rayos de sol, reflejados en el gran manto de plástico de los invernaderos, le deslumbraban.

Todo cuanto podía admirar estaba lleno de vida, un paisaje frondoso, una mezcla de colores donde el verde resaltaba por encima de los demás; era una estampa poco habitual en la provincia. Distraído, deleitándose con el espectáculo, pudo divisar a lo lejos el sólido y solitario Peñón de Bernal que, desde siempre, escolta el camino a la cima. Tras recorrer el último recodo del camino pudo verla: la fuente de Ulloa y, frente a ella, el gigantesco pino que protege con su sombra el lugar donde se ubica el pedestal del que fue su mejor amigo.

La zona se encontraba despoblada, todo estaba como la última vez. Le sorprendió gratamente encontrar el lugar en tan buen estado. Al atravesar los anchos muros, que delimitan aquella planicie plagada de matorrales, sintió una gran tranquilidad; parecía como si aquel sereno lugar, a la sombra, guardase el respeto y la paz que el momento requería. Se acercó sin dejar de observar aquella imagen labrada sobre la fría piedra, que se encontraba recubierta por una capa de musgo fruto de la humedad.

Hacía exactamente un año de su fatídico desenlace, hasta aquel momento, Ramiro no fue consciente de lo mucho que lo extrañaba

La nostalgia se apoderó de Ramiro, que apenas podía contener las lágrimas, al recordar el día que, con sus propias manos, cavó aquel mausoleo donde hoy descansa. Agradecido por sus muestras de fidelidad en aquellos momentos tan dolorosos, decidió reflejar en su pedestal una frase de Will Rogers que había leído en un libro y que describía perfectamente el sentir por su pérdida: “Si no hay perros en el cielo, entonces cuando me muera quiero ir donde ellos van”…

Y fue en aquel paraje de indescriptible belleza, sumido en recuerdos del pasado a los pies de la sepultura, cuando el destino tenía una sorpresa reservada para él, una oportunidad que cambiaría nuevamente su vida… Mientras contemplaba ensimismado las palabras grabadas sobre la fría piedra, escuchó unos ladridos que interrumpieron el silencio ensordecedor que reinaba en aquel lugar, y que lo despabilaron de su ensimismamiento.

Ramiro, lleno de curiosidad, intentaba adivinar la procedencia de aquellos ladridos, cuando le sorprendió la voz de una mujer; se acercó lentamente al recodo del camino donde se encontraba la fuente, que en invierno manaba con más caudal de agua, para toparse con dos figuras que le observaban atentamente…

La mujer, sorprendida por la actitud benevolente del animal, se dirigió a Ramiro, estableciendo entre ambos un diálogo amistoso sobre la actitud del animal

El perro, que a corta distancia, se encontraba amarrado por la mujer; levantó las orejas y dejó de ladrar para comenzar a mover el rabo, como si saludase a un conocido. La mujer, sorprendida por la actitud benevolente del animal, se dirigió a Ramiro estableciéndose entre ambos un diálogo amistoso sobre la actitud del animal, que los llevaría en brazos hacia una tertulia sobre las desventuras y los desamores del pasado. Ramiro sintió cómo la voz de aquella muchacha lo envolvía como un arrullo, advirtiendo que era una de las mujeres más hermosas que había conocido…

Por muchos es conocida la expresión: “no importa el tamaño de los regalos, lo realmente significativo es la ilusión que nos produce”. Encontrarse con Soraya fue para Ramiro un regalo inesperado, quizás un obsequio de sus majestades de Oriente, posiblemente el mejor que podía haber recibido. Un guiño de la fortuna, aquella que rara vez se había posado sobre su tejado, una fortuna que en lo concerniente al amor siempre le dio la espalda. Probablemente, la magia de los Reyes Magos fue la causante de que se produjeran esos instantes de conversación, que posteriormente terminarían en toda una vida juntos…

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