Hay equipos, y también futbolistas, que se falsean para triunfar. Creen sin disimulo que son mejores que el mejor. Se visten de Superman y piensan que son capaces, no sólo de equipararse, sino incluso de superar a Maradona o al mismísimo Leo Messi. Incurren en un error, lo saben y asumen, porque su nivel no está a la altura del rival de turno. Pero el suyo es un error menor y eficaz, una versión de pecado venial, que les ayuda a ser mucho mejores y acostumbra a rendir dividendos. Todo es cuestión de medida y los problemas nacen cuando uno se hace trampas al solitario. El mejor jugador es aquel que nunca hace lo que no sabe hacer, pero convierte en muy eficaces sus virtudes y esconde sus defectos. José Ángel Pozo tiene de los unos y de los otros. Domina algunas facetas del juego. Es el caso del giro, su mejor acción técnica. La conducción del balón o la visión de juego, que le permite filtrar pases y dar opciones de gol donde otros sólo ven un bosque de piernas, son otras de sus cualidades. Pero flojea en otras. Así, a mi juicio, el malagueño muestra una excesiva tendencia a la individualidad. Aún en formación, su capacidad defensiva y de sacrificio son muy mejorables. También lo es su toma de la mejor decisión en cada zona del campo, de elegir entre correr o pararse. Más aplaudido por sus asistencias (8) que por sus goles (2), el de Fuengirola ha aumentado su catálogo de debilidades con un afán desmedido este curso por protestar cualquier acción, en una clara deriva hacia el divismo. Y por ahí no se falsea, se engaña y equivoca. Con 21 años hasta mañana, 97 partidos en Segunda y contrato hasta 2020, con el 30% a cargo del Manchester City en su futuro traspaso, su destino está en Primera. Este periodista no lo duda, pero tiene problemas para situar cuál será la ascendencia en su nuevo equipo.

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