Análisis

JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

Escritor y periodista

No son doctores

Este ha sido el final de los debates anunciados que han dejado un sabor de fracaso

La campaña de Madrid viene a poner de manifiesto que la política española puntúa en niveles muy bajos .Lo que debiera ser una pugna sobre cuestiones decisorias y soluciones viables a las necesidades reales de los ciudadanos se limita al lenguaje bronco de una pelea tabernaria, todos contra todos garrota en mano. Quienes hayan tenido ocasión de presenciar el debate en Tele Madrid entre los candidatos a la Comunidad habrán sentido la sensación amarga de la vacuidad, la altanería y el sectarismo al servicio de unas ideologías que en general no han sabido seleccionar a sus dirigentes y candidatos entre los mejores posibles. Causó mucha vergüenza utilizar ese espacio del dinero público para el espectáculo bochornoso que nos ofrecieron. Lo más burdo, lo mas aberrante, el cruce de cifras sobre fallecidos y contagiados lanzados como artillería electoral sin el menor respeto al sufrimiento de quienes soportaron en esta Comunidad la mayor ola expansiva del virus tras las concentraciones del 8 M (120.000 personas según RTVE), el mitin de VOX en la plaza de toros de Vista Alegre (9.000 personas, según diario el Mundo), partidos de futbol, conciertos y otros eventos multitudinarios. Según datos publicados, Madrid cuadriplicó los ingresos hospitalarios cuatro días después del 8 M. Y así ha continuado la escalada de agresiones verbales cuyo límite se escenificó en el debate de la cadena SER con un final de tragedia griega y reproches e insultos en un ambiente de crispación que acabó precipitadamente con el abandono de algunos candidatos. Este ha sido el final de los debates anunciados que han dejado un sabor de fracaso y apuntan a una democracia sin parangón entre las democracias europeas. Falta elegancia, falta "finezza" y sobre todo falta tolerancia. Y sobra despotismo, vulgaridad y rencor que contamina los programas y los mensajes en unas lecciones decisivas como nunca lo fueron para millones de madrileños. Y habrá que suponer que esta bajísima calidad de algunos entre quienes pretenden gobernar la Comunidad emblemática del Reino de España no están a la altura de las circunstancias, unos menos que otros. Será por ello que desde hace ya años los políticos en general, salvo excepciones notables, han falseado su curriculum para aparentar lo que no son. Es conocida el ansia subliminal por hacer notar la excelencia personal, bien por algún complejo o afán de superación que suele cubrirse con el velo imaginario de una mentira o una verdad a medias. Ocurre que en el caso de la política, como habría de serlo en cualquier otra actividad, el tratar de ascender a un escalafón superior incluso faltando a la verdad generalmente se motiva por afán de lucro personal además de satisfacer la vanidad y el ego. Conocí por razones profesionales a muchísimos parlamentarios de las tres primeras legislaturas de la democracia. También de la Comunidad de Madrid. Los nombres de quienes en un partido u otro alcanzaron notoriedad fueron magníficos profesionales, académicos, profesores, funcionarios públicos, incluso asalariados y autónomos que ejercieron con enorme nivel sus responsabilidades en la cosa pública. Pocos o ninguno, que yo recuerde hubo de recurrir falsear el curriculum. Los debates en el Parlamento nacional y autonómico fueron de una brillantez no igualada en años posteriores. Las campañas, mítines y debates públicos a los que tuve ocasión de asistir estaban a la altura de los de otros países de nuestro entorno. Sin necesidad de otros nombres de tantos que cumplieron dignamente aquellos años baste citar a Felipe González o Alfonso Guerra (PSOE), Santiago Carrillo o Ramón Tamames (PCE), Manuel Fraga o Miguel Herrero de Miñón (AP) y Joaquín Garrigues o Adolfo Suarez (UCD). Y en la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina (PSOE) o Ruiz Gallardón (PP). Por esta y otras razones he tratado de averiguar los nombres de quienes han alcanzado relevancia política sin decir a los españoles toda la verdad de sus vidas falseando o eludiendo algo tan elemental como su historial profesional y académico. Lo que encuentro en diversos medios es algo inaudito. Y proceden de todos los partidos políticos nacionales y regionales. Los nombres causan rubor, algunos tan conocidos como Pedro Sánchez o Cristina Cifuentes. Pero en la larga lista también; Juan Carlos Monedero, Susana Díaz, Ada Colau, Carles Puigdemont, Pilar Rahola, Ximo Puig, José Montilla, José Manuel Franco, Juan Manuel Moreno Bonilla, José Blanco y una lista de mas sesenta que han inflamado o falseado sobre su trayectoria para atraerse el respeto de la sociedad y de sus partidos. Esto puede calificarse de una epidemia de falsedades que avisa que no hay vocaciones políticas entre los mejores de la sociedad entre otras razones porque la política y la democracia española ha sido asaltada desde hace años por meros profesionales de los partidos y arribistas sin otro cometido que medrar y vivir sin necesidad de un esfuerzo meritorio previo a su vocación pública. Ante este panorama de mediocridad extendida en todos los ámbitos de la política cabe reflexionar en voz alta si la sociedad ha estado a la altura de las circunstancias. España no hay que olvidarlo en 1.976 carecía de experiencia y tradición democrática y los españoles en su conjunto fueron protagonistas entusiastas de aquel cambio histórico. Pasados los años, ante la degradación de la política cabe reflexionar si es posible que hayamos confiado en exceso sobre la sencillez de consolidar un sistema cuyas fragilidades se habrían de compensar con la calidad profesional y humana de los gobernantes a quienes hay que suponer capacidad, preparación y conocimiento además de intachable conducta y honestidad en el manejo de lo público. La exigencia de tales responsabilidades de quienes gobiernan no se reduce exclusivamente a la oposición y a los medios de comunicación, también a la sociedad que habría de mostrar una actitud vigilante y activa en los procesos electorales. Y después ante los excesos, corrupciones y actos claramente repudiables que amenazan nuestras libertades y derechos. Incluso la continuidad del sistema político que ampara la Constitución de 1.978. Serían ciudadanos competentes los que han de representar a la sociedad y es por ello que habrá que asumir gran responsabilidad al depositar el voto porque de los votos depende el presente y el futuro de la democracia. No ha de ser un club de doctores, sino servidores preparados y honestos en busca del bien común y la felicidad colectiva, como afirmó la Constitución de 1.812. Lamentablemente el espectáculo que ofrece la campaña electoral de Madrid no representa lo mejor de la sociedad. La radicalización extrema se ha adueñado de la política en el peor momento posible .Y la violencia manifiesta en actos electorales y en los medios de comunicación alerta de rencores y odios incompatibles con la pacifica marca de una ciudad y una comunidad capaz de aglutinar la vida de millones de ciudadanos de todas procedencias en un espacio de libertad y progreso.

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