Análisis

Gumersindo Ruiz

Dos empresarios grandes y una gran pensadora

Hace unos días fallecía Hans Rausing, heredero de la empresa sueca de envases Tetra Pack, que pasó de ser una empresa familiar de embalajes con seis empleados a una multinacional con más de 36.000. Pero las cosas no las hace una persona y fue un empleado, Wallenberg, quién diseñó un envase en forma de pirámide, cuya patente se puso a nombre de los Rausing, siendo el origen de su inmensa fortuna. También la tecnología de materiales, plásticos, cartón, aluminio, que componen las finas capas del envase, y que pueden separarse fácilmente para el reciclado, ha ayudado mucho a su éxito; 37.000 millones de estos envases se consumen anualmente en Europa, de los que se recicla el 47%. El producto, pese a ser tan simple, tiene un desarrollo tecnológico medioambiental por delante.

También ha muerto Ferdinand Piëch, presidente del grupo Volkswagen, quizás la persona que más ha hecho por que la industria europea del automóvil haya sido técnicamente pionera en el mundo. Piëch, ingeniero, era nieto del diseñador del famoso Escarabajo de Volkswagen, Ferdinand Porsche, y aglutinó marcas como Lamborghini, Skoda, Bugatti, Bentley; de camiones, Scania y Man; y de motos, Ducati. Y también Audi, a la que situó al nivel de Mercedes y BMW. En 2006 el principal accionista del grupo era el estado de Baja Sajonia, y aunque ha ido diluyendo su participación sigue estando ahí.

Piëch era un empresario muy controvertido por su forma despótica de dirigir y descuido por las reglas de gobierno corporativo; de ahí surgen las crisis que sufre el grupo, la última gravísima sobre las emisiones reales de los vehículos. Hans Rausing dejó su país para vivir en Gran Bretaña por motivo, entre otros, de no pagar tantos impuestos; era una persona austera, que conducía coches viejos y baratos, y donaba importantes cantidades al partido conservador y a actividades filantrópicas. No entiendo como personas a quienes les sobra poder y dinero hacen tantos esfuerzos para no pagar impuestos en su país, o incurren en irresponsabilidades corporativas; por otra parte, ambos tuvieron muchos problemas personales y familiares.

Sin que tenga nada que ver, a principios del verano moría la filósofa Agnes Heller, que contribuyó como pocas a la instauración de las libertades en Hungría, y ha seguido defendiéndolas hasta el final frente al presidente Orban al que, aunque revestido de legitimidad democrática, calificaba de "tirano". "El veneno más potente -decía Heller- es el nacionalismo sustantivo, y ésa es la política de Orban". Además de por su personalidad y pensamiento portentoso -de Heller se decía que tenía la mente de un gigante y la energía y libertad de un niño, y el mismo día de su muerte había estado nadado en el lago Balatón-, la tengo presente porque en una época en que era popular en España, algunos artículos suyos y míos coincidieron en revistas como Mientras Tanto y Leviatán. Era la discípula del filósofo húngaro George Luckás, quien decía que en filosofía una ontología, o tratado de lo que es, debe tener una estética, o forma, y una ética. Qué tentación -que me perdone Luckás- decir lo mismo para la empresa, que ha de tener un sentido de lo que hace, una forma de venderlo, y además una ética y responsabilidad social.

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