Como elemento de ocio que es, el dinero abonado por el fútbol se mira con otra lente que si fuese una obligación. Poco sorprende ya pagar cerca de 100 euros por una entrada. El que suscribe incluso ha desembolsado más de 500 por la final del último Mundial, aunque la temprana obligación de España también tuvo su parte buena en forma de devolución. Alfonso García, que de tonto no tenía ni un pelo, sabía mucho de esto y no le importaba colocar una entrada para un abonado a 45 euros después de pagar por el carné 400 aunque en la localidad más que ver el fútbol había que intuir. La gente veía el precio desorbitado, pero lo pagaba. Era fútbol, no el recibo de la luz. Y quienes pueden aprovecharse de ello, lo hacen.

Hace dos fines de semana este periodista desembolsó siete euros para ver un encuentro de Tercera División por la televisión, argumentando el Real Jaén, club que gestionaba el cobro, que el mismo lo establecía la plataforma, cuando no era cierto. Encima de cornudo, apaleado. Uno se queja, pero lo acaba pagando. Y el fin de semana siguiente vuelve a hacerlo, esta vez estando el listo de turno en el Torredonjimeno. El finde se paga, pero entre semana toca la reflexión de si es normal abonar esa cantidad por un encuentro de la cuarta categoría del fútbol español. ¡Y para verlo por el ordenador o la televisión! Por mucho que duela un partido es un producto y hay que abonar por el mismo. También es indiscutible que en los clubs que no son profesionales el porcentaje de lo ingresado por entradas es altamente superior a los de la Liga de Fútbol Profesional.

Lo que no puede ocurrir es subirse de esa manera a la parra porque llega un momento en el que se rompe. Y entonces llegan las quejas de por qué cada vez menos gente ve los encuentros de los equipos de barrio o de pueblo.

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