Aprovechando la inminente llegada de San Juan, que esperemos solo llene la playa de diversión y no de plásticos y deshechos que acaben en el mar, se me viene a la cabeza cuando, en la adolescencia, se planeaban con los amigos esas noches mágicas, organizando una quedada para la cena, con posterior botellón, la fiesta y vuelta a casa después de desayunar churros a las tantas de la mañana. Era un plan sin fisuras, salvo una: necesitaba el beneplácito de la autoridad de turno, es decir, nuestros padres. Al contárselo, cualquier ilusión se desmoronaba. Nada de desayunos. En la cama a las tres, como tarde. Y ojo con llegar bebido. Y la cena, mejor en casa. No, mis padres no eran unos sargentos. Es una exageración. Pero es similar a lo que nos sucede hoy cuando escuchamos a Alfonso García. Los rumores que corrían los días previos a la comparecencia del presidente eran relativamente alentadores. El club parecía estar dispuesto a hacer un esfuerzo por Saveljich, a ofrecer la renovación a Juan Carlos o a adquirir unos terrenos con los que hacer un amago de ciudad deportiva. No estaba mal. Sin embargo, en la presentación de Óscar Fernández el presidente borró cualquier atisbo de ilusión que pudiera existir. Como hace siempre. Explicó que el club no podía aspirar a firmar a Saveljich ahora mismo. Contó que, si llega un equipo potente, será imposible hacer que Juan Carlos se quede. Ni Rioja. Ni Álvaro. Ni nadie. Porque, aunque él nos intente encasquetar el cuento de que si un equipo paga la cláusula es imposible retener al jugador, no es cierto. Se puede hacer una contraoferta. Se puede negociar con el futbolista. Se puede convencer a cualquier profesional, tanto económica como deportivamente. Se puede, siempre y cuando, se quiera. Y Alfonso García no parece querer. Como tampoco lo parece en el tema de la ciudad deportiva. Lo de Barranco Hondo no le convence. En su lugar, vuelve a hablarnos de los terrenos de la Vega de Acá que el club perdió tras cinco años de inactividad. Y así todo. Y así, al final, nada.

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