Ya no es sólo que una mentira repetida exponencialmente se convierte en verdad, sino que a algunos les basta con pronunciarla o escucharla una sola vez. Alfonso García realizó una labor espléndida en sus mejores años, consolidando al Almería en el fútbol profesional y llevándolo a la máxima categoría, donde estuvo seis temporadas, algo que parecía impensable a principio de milenio. Primera División sonaba incluso a utopía en una provincia que llevaba sin catarla prácticamente tres décadas. Sin embargo, la burbuja explotó y la ilusión en el proyecto fue diluyéndose cual azucarillo, mismo nivel de ilusión que tenía el propio presidente y, lo que es peor, que pregonaba a los cuatro vientos, enfadando más a gran parte de la hinchada y rebajando el valor del club (lo último al final no influyó con el estado saudí de por medio). Aun con esas había que tragarse lo de que Alfonso García rescató el fútbol de Almería (como si no hubiese pasado y futuro sin él) y que cuando se marchase, el balompié almeriense se iría con él.

Esos palmeros y acólitos no se contaban con los dedos de una mano, algunos de ellos chupando del bote sólo por ver el fútbol de gorra, siendo culpa de la poca prensa que denunciaba esa falta de ilusión. El argumento tras escuchar la nula ilusión -fundamental en el fútbol- que provocaba que hubiese que conformarse con lograr la salvación en Segunda en el último partido dependiendo de un tercero o de los milagros de la Virgen del Mar era respondido con "y si se va, ¿quién va a comprarlo?". Ahora se ve normal comprar a un melón por abrir por cinco kilos, cuando antes esa cantidad no se gastaba ni en una temporada. No seré yo el que se afirme un futuro grandioso en diez años, pero sí que hay fútbol sin Alfonso. Y de momento, con la excepción del virus, se vive mejor.

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