No descubro nada cuando digo que los aficionados del Almería llevamos el gen de la desgracia en nuestro sufrido ADN. Proyectos que no cuajan, dolorosas derrotas, frustraciones continuas, futbolistas desquiciantes, fichajes desastrosos, goles en contra en el descuento… qué les voy a contar. Ha sido así temporada tras temporada. Tanto, que nos hemos acostumbrado a convivir con ello. Son muchos años de experiencia en el tema.

Este gen va tan lejos que, incluso, en cursos en los que todo fluye, como este, es inevitable que merodee cual fantasma a nuestro alrededor. La magnífica racha de diez jornadas sin perder que el Almería acaba de concluir, con un brutal balance de ocho victorias en estos encuentros, en cualquier otra temporada habría disparado a los andaluces en la clasificación. ¿Se imaginan esto el año pasado, cuando todos los equipos que pugnaban por el ascenso directo perdían semana tras semana, convirtiendo el objetivo en una carrera por ver quién era el menos malo? No obstante, esta racha en esta temporada apenas ha servido para que los de José Gomes se sitúen a siete puntos del líder y a cuatro del ascenso directo (aunque con un partido menos, todo sea dicho).

La conclusión es sencilla: este año la Segunda División se ha puesto seria. Mallorca, Espanyol, Leganés o, incluso, Sporting, se están empleando a fondo, mostrando una solvencia que ni siquiera el Cádiz enseñó el pasado año, y poniendo muy caro el estar en posiciones de ascenso directo.

El año en el que el Almería demuestra tener mejor plantilla, más fiabilidad y mejores números desde que descendiera allá por 2015, es también el curso en el que hay más competencia en la categoría. Ya saben. El gen de la desgracia nos acompaña hasta en estos casos. Aunque parece que, con la ayuda de la nueva propiedad, lo vamos extirpando poco a poco. Ojalá nos deje en paz pronto, porque esta temporada, por fin, promete.

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