Las despedidas nunca son momentos fáciles de digerir. El final de una etapa que nunca quieres que acabe. Un adiós que en el deporte está a la orden del día. Este pasado martes el baloncesto español se despedía de una época mágica con la eliminación en cuartos de final de los Juegos Olímpicos. Una majestuosa época en la que el baloncesto español ha alcanzado sus cotas más altas. Un ciclo en el que la selección ha logrado hasta dos mundiales y poner contra las cuerdas en más de una ocasión a Estados Unidos, algo impensable hace no tanto. Una derrota ante la todopoderosa Estados Unidos con la que el combinado español se despedía de la lucha por las medallas en Tokio. Una todopoderosa Estados Unidos al que ya le había plantado cara en Pekín y Londres, aunque se tuvieran que conformar entonces con la plata. Un partido con el que ponían fin a su etapa en la selección los hermanos Gasol, dos de los integrantes de la, sin duda, mejor generación del baloncesto nacional. No era la despedida que merecían, en especial para un Pau que hizo todo lo posible y más por estar en la cita olímpica a pesar de las lesiones que le han lastrado durante los últimos años. Una eliminación con la que una generación de leyenda se despide con sabor agridulce después de años de continuos éxitos difíciles de imaginar décadas atrás. El fin de un ciclo que nadie en España quería que llegara y mucho menos de esta dolorosa manera sin medalla que colgarse en el cuello con la que despedirse. Una despedida más temprana de lo esperada, pocos podían pensar que los pupilos de Scarolio no estuvieran en la lucha por subirse al podio una vez más. Un adiós a una generación histórica que será sumamente complicada de superar en un futuro. Una generación de leyenda que será recordada para siempre en la historia del deporte español.

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