Análisis

Joaquín asensio guillén

La generación que se está yendo

Primavera de dolormiedo e incertidumbre es, sin duda alguna por lo que más serán recordados estos meses que, de mejor o peor manera, nos está tocando vivir. Momentos que, de un modo ciertamente poético, vienen acompañados con el tiempo de lluvias en el cielo gris de nuestro país, como si del reflejo de nuestros sentimientos en estos días, marcados por una incipiente inestabilidad económica, laboral, familiar y sentimental, se tratase. Hechos que nos dejarán, en el mejor de los casos, un incómodo recuerdo en nuestras vidas con una experiencia para asimililar y de la que aprender; y en el peor, un cruento socabón en la economía de nuestro país.No es sencillo el tener que permanecer en nuestros hogares, impasibles ante las noticias de dolor en los medios de comunicación

Este año la primavera la hemos recibido en el interior de nuestras viviendas. Sin embargo la naturaleza sigue su curso sin esperar a nadie y, gracias a una reducción de la intervención humana, ahora con menos contaminación. Los campos han florecido, salpicando con flores de mil colores nuestros los parques, jardines y veredas; a pesar de nuestro clima y de la orografía de nuestra ciudad. Hasta el tiempo está acompañando, lluvias suaves pero persistentes, acompañadas de días cálidos y luminosos que consiguen que esta estación florezca en todo su esplendor, con ese inconfundible contraste de luz y color únicos e inconfundibles.

Lamentablemente esta primavera no será recordada por nuestras horas de naturaleza, ni por las barbacoas o las excursiones al campo en familia; sino por un sentimiento de dolor, de miedo e incertidumbre que, en menor o mayor medida, compartimos todos los seres humanos del planeta. Recluidos en casa por un estado de alarma que decretó el gobierno, con el objetivo de proteger la vida de los ciudadanos más vulnerables de nuestra sociedad. Y es en este contexto donde aparece la oleada de solidaridad que están protagonizando miles personas anónimas, mostrando su lado más humano y los increíbles valores de un país como el nuestro, del que me siento tremendamente orgulloso. Ejemplos no nos faltan, desde restaurantes que llevan comida a los sanitarios que luchan sin descanso contra el covid-19, venteros que ofrecen gratis sus servicios a los transportistas, conventos que han dejado de hacer dulces de Semana Santa para fabricar mascarillas, ingenieros que se han dedicado desinteresadamente a buscar la manera de fabricar respiradores de una forma más sencilla, barata, o rápida; un sinfín de gestos altruistas que pone de manifiesto una vez más que los españoles -ya lo dicen dirigentes de la OMS- somos un pueblo que sabe responder con nobleza a las adversidades.

Y aunque pueda parecerlo no es sencillo, debemos permanecer en nuestros hogares, impasibles ante las noticias de dolor que se proyectan en todos los medios de comunicación, al mismo tiempo que cuidamos de nuestros hijos sin transmitirles ningún temor o ayudándoles a realizar sus deberes del colegio mientras que, los más afortunados, deben seguir teletrabajando desde casa.

Todos sabemos que hablar de economía cuando hay vidas en juego no es ético, pero resulta inevitable; la mayoría de nosotros estamos preocupados por la situación laboral que se avecina y que pone en peligro el actual estado de bienestar; una situación que incluso ha hecho tambalear la estabilidad de toda una Unión Europea. Parecen inevitables los apuros financieros que, por desgracia, se avistan en el horizonte en una economía que aún no se había recuperado de la crisis del ladrillo que comenzó en el 2008, y que ahora con la del coronavirus está destapando todas sus carencias, mostrando una dependencia total en todos los niveles salvo en el sector primario y en una restauración enfocada en el turismo, que mucho me temo necesitará mucho tiempo para reactivarse cuando termine esta pandemia.

En poco más de una quincena, en España se han destruido más de 800.000 empleos. Desde que se elaboran estadísticas en materia de empleo y paro, no se recuerdan unos números tan nefastos. La magnitud del golpe es todavía mayor si tenemos en cuenta, que a estas desoladoras cifras no se suman los más de 600.000 afectados por ERTES, ya procesados por los servicios públicos, y muchas personas como los autónomos que tienen pequeñas y medianas empresas que han decidido aguantar "el tirón" expectantes, pero que se encuentran desilusionados y que probablemente se acaben sumando a esta extensa lista.

Estos días hemos visto tambalearse a ese armazón al que todos nos referimos cuando hablamos de la Unión Europea, hemos de reconocer que no vive su mejor momento desde hace tiempo, presenta una evidente fatiga que se está manifestando en la últimas reuniones y que ha puesto de manifiesto que no todos los países reman en la misma dirección, es lógico que cada uno quiera defender sus intereses pero no a cualquier precio. No han tardado en aparecer las acusaciones de falta de solidaridad y los comentarios sobre la pérdida de las esencias que sirvieron de base para la construcción del proyecto.

Italia y España se encuentran en una situación delicada, en Bruselas miden las consecuencias de cada uno de sus pasos e intentan apaciguar las críticas de los países del norte. Puede que este escenario crítico no resista las embestidas del viento de la historia y nuestro futuro pase por reinventarnos, quizá sea la forma más adecuada de encontrar ese consenso constitucional donde todos los partidos y fuerzas sociales se unieran. Dirigentes capaces de mirar al Estado antes que su propio ego o sus estrategias electoralistas, para alcanzar un plan de ajuste cediendo en asuntos importantes, que permitan anchos márgenes de maniobra.

Es tiempo de reseñar las miles de víctimas que ha causado el coronavirus, tan solo en la Comunidad de Madrid se han registrado, hasta la fecha más de 4700 fallecidos en residencias. Una generación extraordinaria, generosa y a la que debemos gran parte de lo que hoy somos como país. Una generación notable que, en este mismo instante, muere hacinada en residencias de ancianos que han sido abandonadas a su suerte. Me refiero a esos patriotas españoles, hijos de la posguerra, que hicieron posible la Transición, que supieron perdonar, renunciando al rencor y a los resentimientos. Una generación con valores deslumbrantes, una edición limitada que quizás nunca se vuelva a ver.

Me gustaría terminar con mensajes positivos y de esperanza; porque tenemos la mejor sanidad pública del mundo y los mejores profesionales sanitarios, los cuales a pesar de la escasez de material de protección y poniendo en riesgo su propia vida, no han dudado ni un segundo en dejarse la piel por los demás; sois verdaderos héroes y siempre tendréis toda nuestra gratitud y reconocimiento. Por otro lado añadir que ya queda un día menos para volver a encontrarnos con nuestros mayores y abrazarlos, repitiéndoles lo mucho que los queremos. Tenemos que estar agradecidos a la tecnología, porque aunque hemos decidido separarnos físicamente para protegerlos, nos permite comunicarnos por videollamada y permanecer conectados. Pronto volveremos a sintonizarles el televisor, a escuchar sus anécdotas y a ver sus ojos brillar con el abrazo de los nietos.

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