Análisis

Carmen rubio soler

La huella de una sombra sobre la pared

Dice la mitología griega que la pintura la inventó una muchacha. Quiso dejar la huella de la sombra de su amado sobre una pared, antes de que este partiera hacia la guerra, y así marcó el muro con una imagen. Es una bella leyenda, y yo la creo.

En 1963 la escritora estadounidense Betty Friedan publicó La mística de la Feminidad, obra en la que afirmaba que las mujeres estamos limitadas en nuestras actuaciones por la fabricación social de la idea de feminidad. Concepto este, el de feminidad, utilizado por primera vez en el siglo XIV, por el escritor inglés Geoffrey Chaucer, con el que quería reunir las características, que para él en aquel momento, debían tener las mujeres, exclusivamente las mujeres, tales como amabilidad, sumisión, modestia y humildad.

Esta construcción social de la feminidad, que no ha sido superada del todo a lo largo de estos siglos, ha influido como una maza en el mundo del Arte, expulsando a la mujer del entorno creativo, o presentándola con un importante componente sexista, utilizándola como objeto.

A pesar de esto, durante siglos, las mujeres artistas han rechazado la autoridad masculina. Han utilizado su capacidad y su inteligencia para ello. Hasta el siglo XX no hubo grupos de mujeres artistas, ni exposiciones de mujeres artistas. A día de hoy vemos que sus logros han conseguido la igualdad de valoración crítica que disfrutan las obras de sus colegas varones.

Aquella muchacha a la que su amante debía de defender en el campo de batalla, que quería tener una imagen de él para recordarlo, asumía su situación y quedaba esperando. Aquella débil, humilde, sumisa y esperanzada muchacha, no pasó a la historia como la heroína de una leyenda, ni como la mujer que sostuvo el hogar y la casa en ausencia del hombre, no pasó a la historia siquiera como una artista.

La anónima muchacha griega no representó a su amado por los beneficios materiales o, incluso, artísticos que su obra pudiera proporcionarle, solo pretendía retener su imagen.

Las circunstancias han llevado a las mujeres, a lo largo de la historia, a optar por el anonimato antes que no crear, por no recibir ningún tipo de crédito pero tener la libertad de expresar y comunicar todo lo que tenían que decir. En otros casos ellas, o sus descendientes, veían como su labor y sus creaciones eran borradas de la historia, o adjudicadas a sus maestros o familiares.

Esa generosidad sin condiciones, que solo es comparable a la que siente una madre por sus hijos, ha sido una constante en la historia de las mujeres en el Arte.

La aceptación de la situación de la mujer en la sociedad patriarcal era una postura que no llevaba necesariamente a ceder ante las dificultades, antes que luchar contra un machismo exagerado y caer en el intento sin haber sido reconocidas, ellas aceptaban sus roles de género pero sin dejar de considerarse creadoras. Otras mujeres preferían seguir la vocación. Superaban todos los obstáculos y luchaban durante toda su carrera, durante toda su vida, por defender su obra y obtener reconocimiento. Al igual que los hombres, peleaban con pasión por el arte y por poder producirlo. La voluntad y el tesón no son exclusivamente masculinos.

Aquella muchacha representó a su amado. Lo tuvo con ella, creado por ella, como ella lo veía, como ella quería mostrarlo o disfrutarlo en soledad. Era su obra amada. Así de sencillo y así de natural. Y desde entonces existe la pintura.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios