Análisis

Tacho Rufino

Está 'in' admirar a Donald Trump

La creciente claque 'trumpista' que surge en España es, por lo general, bastante poco europeístaNo sabremos nunca si el presidente es así de cretino o si se trata de una pose estratégica

Si lo revolucionario hace tres décadas fue confesarse futbolero; hace un par de ellas, en este país de mayoría católica y bautizada, fue ir a misa o ser ama de casa, y en esta década lo ha sido declararse cazador a la par que ecologista, hoy lo es defender a Trump desde esta esquina meridional europea que hace de zaguán de África. Los tiempos han cambiado una barbaridad, y, casi más que nunca, diríase que la realidad supera a la ficción -y a la afición, qué desilusión-. La comedia como género cinematográfico se ve seriamente comprometida, y está en pleno auge que los líderes, algunos hiperlíderes, sean tan parecidos al Gran Dictador que este genial personaje de Chaplin hoy tendría demasiado de remedo realista. ¿Acabarán Trump, Putin, Bolsonaro o Kim Jong-Il dejando literalmente en tanga al Borat de Sacha Baron Cohen, alcanzando las más altas cotas del esperpento? El presidente de Estados Unidos, que lo será dos meses más por lo menos, es una de las muestras más palmarias de un cambio de era. Un político disruptivo, que diría un consultor y conferenciante de busines de postín, la personificación de un cambio de paradigma -que diría otro-. O sea, sus maneras y su mensaje son de vocación contraria a la moderación o el consenso, y su adhesión a las normas de lo que damos, o dábamos, en llamar democracia parlamentaria, sometida a la santísima trinidad de los tres poderes de Montesquieu, es la justa: Donald Trump es políticamente incorrecto, y lo es a mucha honra suya: no sabremos nunca quizá si es así de cretino o si se trata de una pose estratégica. Histrión, alardea de ser maleducado, machista e incluso putero. Un hombre de pésimo sentido del humor, pero que lo ostenta continuamente, como el típico jefe malaje que se ha acostumbrado a que le rían las gracias. Es el niño que se llevaba el balón de casa al cole y que, ante el menor contratiempo, lo agarraba con las manos y se iba del patio en pleno recreo. Me da a mí que alguna patada desde sus pantalones cortos habrá pegado a una sufrida tata, en pleno berrinche de consentido.

Ya ven, yo debo de ser conservador, porque lo revolucionario hoy es alabar y admirar a Trump. De hecho, la capacidad de asimilar la estupidez humana es una cualidad muy humana, y los índices de tolerancia de sus mamarrachadas han ido creciendo en su mandato, y hasta han ido siendo un argumento de marketing personal (datos de Rasmussen Report). Hay personas que están muy de su parte, cada vez más. Y es que defender lo contrario de lo evidente da mucha visibilidad en las redes sociales y otros medios de comunicación, incluidos los documentados. Volviendo al hombre del cardado imposible -hace seductor a Anasagasti- y el baño de color, las maneras impresentables no deben dejarnos ignorar que el rico heredero y triunfante, aunque desigual, empresario ha rebajado -permitan el personalismo en algo tan poco personalista como la macroeconomía- el desempleo de su país al 3%, lo cual es casi decir pleno empleo, si tenemos en cuenta que en un país de notable movilidad geográfica el 3% es una tasa prácticamente friccional. La Bolsa y los salarios han crecido, igual que el PIB lo ha hecho un poco por encima de lo esperado. Su gestión de la pandemia ha sido, por el contrario, desastrosa, y meterá al país en problemas económicos. Pero yendo a nuestro interés, el presidente estadounidense ha mostrado un desprecio indisimulado por Europa. Para él es parque temático decadente y descontado por la historia: se pasa la histórica alianza de después de la SGM por el arco. Pero la creciente claque trumpista que surge en España es, por lo general, bastante poco europeísta, bien mirado. Si al menos tuviera un rival -futuro presidente Biden- que no tuviera aspecto de político de profesión, avejentado y con aire de pensar en su retiro... Dios bendiga a América, y a nosotros de paso.

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