Del infierno a la esperanza

En aquellos instantes, el mar se encontraba sereno, nadie podría sospechar la virulencia que llegó a mostrar unas horas antes

Como cada año, cuando se acercan las buenas temperaturas, vivimos un problema grave que va en aumento y que hemos normalizado: la llegada de pateras y de inmigrantes a nuestras costas huyendo de una vida indigna, de unas condiciones insalubres, tratando de escapar de la sequía y de la falta de alimento. Si reflexionamos sobre el drama que viven, desde que abandonan sus casas y dejan atrás sus aldeas, hasta alcanzar si lo consiguen, ese destino idealizado; es imposible no sentir un nudo en el estómago. No se trata de tener empatía sino compasión, imaginar la precariedad que deben vivir millones de seres humanos para que cada verano abandonen todo e intenten cruzar el estrecho buscando una vía de escape a una muerte más que probable, la misma que muchos de ellos encuentran desgraciadamente en esta aventura.

Han pasado 30 años desde que se publicó la primera fotografía de una muerte documentada de un inmigrante en el estrecho. El suceso tuvo lugar en la playa de los Lances, en Tarifa, Cádiz. La primera constatación real y tangible, de un fenómeno emergente y que se iría extendiendo a provincias aledañas como Málaga o Almería. Con el tiempo llegarían muchas más imágenes de cadáveres, hombres, mujeres, niños; unos sumergidos parcialmente, arrastrados por las olas; otros reposando en la orilla ante la indiferencia de los bañistas que toman el sol en la playa. Seres humanos hundiéndose, con los ojos desorbitados junto a una patrullera de la Guardia Civil, otros encaramados a unas vallas fronterizas desgarrándose las manos, la piel, el alma…

Esta situación, lejos de mejorar con el tiempo, se ha ido agravando de forma progresiva hasta desbordar por completo nuestros sistemas de regulación, generando una crisis migratoria que se agudiza año tras año, debido al incremento descontrolado de refugiados solicitantes de asilo. Palabras aparte merecen las mafias que han proliferado a base de traficar con vidas, delincuentes que engañan, que aleccionan sobre cómo se debe actuar, la mayoría conocedores de cualquier resquicio legal del que poder aprovecharse, y que obtienen por supuesto un beneficio económico muy grande.

Por otro lado, madres, esposas, hermanos y amigos llorando a los suyos, en tantos y tantos cementerios repletos de hombres y mujeres sin nombre… Sí amigo lector, hay que contar al mundo, que estas personas no son números, ni estadísticas, sino seres humanos en busca de una vida mejor. Su huella, su rastro, está por todas partes, en aquellos jóvenes que ansían seguir los pasos de su hermano mayor o en los rostros de esas madres que sueñan con ver regresar a sus hijos con los bolsillos repletos de dinero y una sonrisa en su rostro.

La historia que voy a contar pudiera parecer breve, pero trata sobre un hecho real que refleja en profundidad la odisea que sufren los inmigrantes, desde que abandonan sus hogares hasta que pisan la tierra de la esperanza, soñando con una vida mejor, si es que logran alcanzar nuestras playas. Con ella pretendo reflejar el martirio y las calamidades que pasan la mayoría de estos valientes durante una travesía que únicamente quien la haya cruzado sabe lo encarna.

"Comenzaba a vislumbrarse en el horizonte la claridad de un nuevo día. En aquellos instantes, el mar se encontraba sereno, nadie podría sospechar la virulencia que llegó a mostrar unas horas antes cuando, agitado por unas rachas de furioso viento, les situó cerca de la zozobra.

En la barcaza de madera, tan sólo se escuchaba el zumbido renqueante del motor y el sonido que originaban las hélices lidiando con el mar. Los componentes de aquella numerosa expedición permanecieron en silencio durante todo el trayecto, reflexivos, con las miradas apostadas sobre el horizonte. Entre toda la muchedumbre, tan sólo había embarcado una mujer que, debido a la intensa humedad reinante, temblaba y trataba de abrigar a su hijo pequeño, que dormía en aquel momento de la travesía, con un mantón a cuadros. Mientras divisaba expectante el horizonte, una gran melancolía invadía su interior. Los recuerdos de su partida, se amontonaban como imágenes en su cabeza. Había salido de su casa por la noche, sin despedirse de nadie: no quería ver llorar a sus padres. Era una situación de dureza extrema; el hecho de no poder dar alimento a su hijo, su preciado tesoro, le dejaba pocas posibilidades de subsistencia, no tenían mucho que perder…salvo sus vidas.

Camerún era su país de origen, allí no tenían posibilidad de prosperar, tampoco un futuro para su hijo, sin apenas escuelas y con una universidad pública que muy pocos podían costear. Tampoco ayudaba la insegura atención sanitaria, no había suficientes médicos, ni medicinas en las farmacias, si te picaba un mosquito podías contraer enfermedades como el paludismo o las fiebres tifoideas, que sin los medios adecuados te acabarían produciendo una muerte segura. Al igual que le sucedió meses atrás a su pareja, su gran amor de infancia, el padre de su hijo.

Había sido un camino escabroso; durante semanas avanzaron en silencio y por la noche, por miedo a ser descubiertos, hasta llegar a la frontera de Marruecos donde su objetivo soñado era: Europa…pero entre el paraíso y la realidad se encontraba una valla electrificada, que con su hijo a la espalda sería infranqueable. Sin papeles en regla y sin dinero, era consciente de que aquella situación le sobrepasaba, sería casi imposible escapar de aquel infierno. Tuvo que ingeniárselas con su cuerpo, para ablandar a uno de los porteadores y conseguir de ésta manera, entrar como pasajera en aquella barcaza.

Mientras permanecía absorta en sus pensamientos, notó como el agua helada entró en contacto con sus desgastados pies descalzaos. Había comenzado a penetrar una pequeña vía de agua en el interior de la barcaza, produciendo momentos de angustia en toda la tripulación, ante el temor de que se hundiera; como si de una broma del destino se tratase, después de haber aguantado la tempestuosa noche. Ya había salido el sol pero de nada servía, la vía de agua cada vez era mayor y los esfuerzos por taparla resultaban inútiles, se hundían…algunos de los pasajeros empezaron a lanzarse al agua, otros sumidos en la incertidumbre de si aguantaría o no con menos peso esperaban; y cuando todo parecía perdido, se escuchó a uno de los expedicionarios gritar: ¡Tierra!...y pese a que no fue nada fácil, la vida les dio una nueva oportunidad de salir adelante y prosperar.

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