Las siguientes líneas no se tratan de teoría. Tampoco aparecen en ningún manual, pero seguramente se aproximen a la realidad porque este periodista sabe bien qué siente un futbolista convocado producto de la época en la que estar en el banquillo ya era una grandísima victoria. El jugador que no entra en la lista por decisión técnica puede elegir por dos principales opciones, todas respetables y entendibles si se antepone al individuo por delante del colectivo. Una es escoger otro camino, ya sea a las primeras de cambio o cuando la temporada ya ha sobrepasado su ecuador. En esta situación está la posibilidad de intentar incendiar el vestuario como venganza por la decisión del entrenador. Por el contrario, el jugador no convocado puede buscar revertir el asunto y entrenar aún más fuerte a la espera de tener su oportunidad para aprovecharla. En cuanto al partido se refiere, está el futbolista que acude al encuentro y el que prefiere desconectar, dos opciones totalmente válidas y también respetables, con el matiz de que a veces el jugador lesionado puede tener la recomendación de quedarse en casa a pesar de que quiera estar junto a sus compañeros. Esto último, ser uno más del grupo el día de partido, a pesar de que no vaya a vestirse de corto es la otra opción. Y ahí está una de las claves entre un equipo que termina consiguiendo sus objetivos y otro que no: tener a todos sus miembros enchufados, anteponiéndose el colectivo a los individuos. Es una tentación aprovechar el sábado o domingo libre para pasarlo junto a la familia o amigos y desconectar del fútbol, sobre todo, si el entrenador no ha contado contigo. Y es un privilegio formar parte de un vestuario como jugador o como técnico y que en el vestuario esté un compañero o pupilo dejándose la voz en el grito prepartido y haciendo gigante el término 'equipo'.

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