Aveces la magnitud del evento no es proporcional a la reacción tras el desarrollo del mismo, si bien es cierto que cada uno expresa sus emociones como puede y quiere. Tras un descenso a Segunda los hay quienes ríen delante de las cámaras. Humor negro. Otros, ya adultos y barbudos, pagan sus frustraciones con el árbitro o entrenador de turno de una liga escolar, alegando que haber sido el último en saltar al campo será un trauma para su vástago, cuando a éste le da absolutamente igual. Sin embargo, también existen excepciones, en las que por el contexto, tan importante es en ese momento ganar un partido de chavales de ocho y nueve años que levantar al cielo una Orejona. El pasado sábado se medían uno de los equipos benjamines del Oriente y el del Poli Almería. Ambos militan en uno de los grupos de Cuarta Andaluza, la tercera división de esta edad, con un pírrico punto en toda la temporada. La mayoría de los niños desconocían lo que era ganar en su corta carrera deportiva, por lo que ya se pueden imaginar cómo pasaron la noche del viernes al estar más cerca que nunca de uno de los momentos más emocionantes en la niñez. Cuanto menos se está acostumbrado a un restaurante cinco estrellas, más se saborea el mismo si se tiene la oportunidad de ir. Fue lo que le acabó pasando a los rojiblancos, que, al igual que sus compañeros del otro equipo, no se rindieron nunca. Remontaron un 0-2 y un 2-3 para acabar ganando 4-3 en el último minuto. Imagínense la alegría para esos pequeños de ocho y nueve años, que ayer llegaron al colegio como verdaderos héroes. A este periodista no se le olvidará cómo uno de los padres, con un comportamiento siempre ejemplar, se secaba las lágrimas consciente de lo que suponía para su hijo. No eran tres puntos, sino haber remado a contracorriente durante meses cuando muchos le instaban a abandonar, un esfuerzo continuo elevando el término 'fe' a la máxima potencia. Un auténtico ejemplo de superación.

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