Análisis

Francisco bautista toledo

La levedad de la luz

La imagen se deshace en las piezas de Ángel Zabala (Murcia, 1976) quedando el rastro fugaz de los transeúntes, sus volúmenes presentidos, manchas que fluyen en el espacio urbano. La geometría de la arquitectura de la ciudad se disuelve en un espacio de luz difusa, quedando líneas sueltas en el recuerdo, cuya ordenación se recompone en la memoria para organizar el paisaje de calles y casas, como una estampa flotante en la tenue luminosidad, suave y sin origen, bruma cegadora que inunda el ambiente.

La obra de este pintor posee ligereza visual, atemporalidad en la acción, ritmo suave que reproduce las horas intrascendentes de las rutinas cotidianas. Plasma este creador plástico el ambiente del sur, la alegría latente en su entorno, expresada como resplandor impreciso que se superpone a la luminosidad del paisaje. Extrae la esencia de la imagen, mostrando las sensaciones grabadas en la memoria, impresas como tímida huella en el cuadro. Las piezas poseen un movimiento de tranquila ondulación, expresando la estancia feliz de los momentos ajenos a la realidad, rumor mágico que envuelve la escena toda.

Ángel Zabala propone un trabajo de sutil contemplación, donde el espectador se interna en el resplandor contenido en sus lienzos, uniéndose al trayecto sin fin de las personas que ocultan su anonimato en las manchas dispersas. A pesar de ello cada una es portadora de una existencia que suscita interés. Sea por el tono incorporado o por el toque de la pincelada, según su espesor o nervio reflejado, hace desatar en la imaginación una corriente de ideas, e impresiones, que dota de vida privada a cada una de ellas, aparentemente perdidas en sus quehaceres insustanciales. Quizá sea la proyección de historias propias de cada observador, donde la fantasía ejerce su presencia. Mas esta sensación se ve superada por la vida aparente descrita en sus piezas, impulso continuo que se reproduce sin fin, dando fuerza y genio a sus composiciones. La habilidad del lenguaje pictórico del artista consigue este efecto, y ahí está su mérito, en construir un relato que no se extingue nunca, organizado con rasgos imprecisos, desvaídos, en unos trazos desenvueltos con energía que se disuelve en el espacio circundante. Se amolda al estado anímico de la mirada, a la luz de las horas, al paso de los días, reiniciando las historias interrumpidas en su interior, para descubrir nuevos derroteros en los que descansar la imaginación.

Es un conjunto de levedad impresa y apariencia sencilla, que atrae al ser contemplado.

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