Me decía un día mi señora con cara de sincera incredulidad que una de las cosas que menos entendía del universo fútbol era las pasiones que desataba, el montón de horas que se dedican en los medios de comunicación a informar sobre ello, las recurrentes conversaciones sobre el tema, las riadas de personas que acuden a los estadios y lo desorbitado que llega a ser todo, desde el dinero que se paga para comprar entradas, especialmente en los partidos grandes, hasta los propios sueldos de los futbolistas.

Y la respuesta la tenía justo ahí, le repliqué. El dinero.

El concepto de industria aplicada al fútbol, en el que unos pocos ganan, y otros muchos, otros millones, se alimentan de las victorias de aquellos, enriquecen su alma y el sentimiento de pertenencia a unos colores. A una familia. Y pagan, claro, con gusto además, contribuyendo decididamente a que la industria se mantenga.

Lo escribió Benito Moreno para la 'mitiquísima' sintonía de El Larguero. El lobito está cobrando, los borreguitos pagando… El lobito descansaba, los borreguitos cantaban…

Es más, tal es el poder del dinero en el universo fútbol, que en algunos casos tiene la capacidad, cual anillo en el cuello de Frodo Bolsón, de constreñir la moral y arrinconar la decencia hasta límites desconocidos. Un ejemplo de ello, paradigmático, es el de Pep Guardiola, adalid del 'prusesismo' y referente elitista de los 'prusesistas', esos que están metiendo fuego a Cataluña alentados por tipos tan oscuros como el propio entrenador, quien recientemente pedía "presión internacional" a España, como si estuviera pidiendo a sus centrocampistas del City que apretaran en la medular.

"Cada país decide cómo quiere vivir por sí mismo", contestó sin sonrojarse a un periodista cuando le preguntó por los derechos humanos en Abu Dhabi, donde hay mucha pasta. Mucha. Y su amigo Xavi lo sabe. 47 veces se puso la camiseta de España Guardiola, por cierto. 47. Todo por la pasta.

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