Por las venas de la madre de Isabel Pantoja, Ana María Villegas, corría la misma sangre artística que su hija. 'Doña Ana', como la bautizó la prensa, era una gran bailaora flamenca de raza gitana aunque nacida en Portugal que se casó con Juan Pantoja Chiquetete, de Algeciras, hijo del cantaor Pipoño de Jerez. Por él y por sus cuatro hijos -Isabel era la única niña-, dejó los escenarios. Tenía una prometedora carrera porque llegó a bailar en la compañía de Juanita Reina. Enviudó muy joven y tuvo que sacar adelante a la familia pasando muchas penurias. Pero cuando se dio cuenta del potencial de su hija, lo apostó todo por ella y le transmitió su cariño, experiencia y energía a fin de convertirla en la estrella de la canción que ahora es.

Cuando Isabel comenzó a triunfar, doña Ana se convirtió en el epítome de la madre de folclórica: acompañaba a su hija a todos lados y vigilaba la honra de la artista. Por todos es sabido que todo varón que quisiese rendir pleitesía a la joven tonadillera debía pasar primero por el examen de doña Ana, que cuidaba de la honra de su niña. Hasta la llegada de Julián Muñoz y toda la trama marbellí era habitual verla en el camerino planchando las batas de cola de su hija.

Su Maribel, como ella la llamaba siempre, era su ojito derecho, y similar amor y admiración sentía su hija por ella. Por eso es indudable el mal momento que tiene que estar atravesando la tonadillera al afrontar una vida, por primera vez sin su madre, icono de progenitora sobreprotectora en la España de hace medio siglo.

El paso de Isabel por prisión fue especialmente duro para la mujer y su salud comenzó a debilitarse progresivamente desde que se ejecutó la sentencia penal de la folklórica. Para Isabel su año y cuatro meses de cárcel fueron aún más duros sabiendo que su madre vivió ese tiempo como la peor etapa de su vida. En 2019 sufrió un ictus. Fue después de la participación de Isabel en Supervivientes, antes de la cual ya había sufrido un primer aviso. Demasiados disgustos y polémicas para una señora acostumbrada a los escenarios, pero no a los platós de televisión, y mucho menos a los juzgados.

La madre de la Pantoja es una frase que siempre quedará en la cultura popular porque por todos era sabida la manera en la que Ana Marín se desvivió por su hija y cuidó cada uno de los detalles de su vida y su carrera profesional. Un cuidado extremo que Isabel le ha devuelto hasta el final de sus días. También ejerció de abnegada abuela; sus nietos Kiko, Isa y Anabel, los más famosos, nunca han tenido una mala palabra sobre ella. Sus últimos años los pasó encerrada en Cantora, escenario del éxito, y a la vez el fracaso, de su Maribel.

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