Análisis

PANDEMIA Manuel barea 29

No hay mal que por bien no venga

La gran obra que hay en la calle se ha reanudado. Los obreros fueron dándose el piro paulatinamente. Al final quedaron algunos que supuse "esenciales". Se ve que no lo eran. La obra tampoco. Así que se marcharon todos y la grúa ha permanecido todo este tiempo como una escultura gigante en la que a los pocos días nadie reparaba. ¿Quién iba a hacerlo? Por la calle sólo pasaban seres cabizbajos, algunos embozados, como buscando en el suelo algo que habían perdido. Y todo en silencio -la obra era lo que le daba vidilla a la calle- hasta que se impuso la ceremonia de las ocho en los balcones. Clap, clap, clap, clap. (Por una vez los españoles, tan dados a aplaudir en entierros de víctimas de tragedias y en minutos de silencio lo hacen a la vida y a quienes están trabajando por ella, menos mal.) Y para adentro otra vez. Hala, hasta mañana. Sin embargo, se ve que algunos vecinos han ido cogiendo confianza y desenvoltura en el estado de alarma y han instaurado sus particulares jornadas de puertas, o mejor, de ventanas abiertas, contribuyendo de tan desinteresada forma al conocimiento ajeno de detalles de su intimidad. Y así, el vecindario está al día de sus preferencias televisivas, de sus gustos musicales, de su decoración hogareña y hasta de sus discusiones familiares-domésticas. Todo sale a la calle y se expande por ella desde las ventanas abiertas de par en par. No deja de ser una paradoja que a la vez que los ha confinado, el virus haya hecho a algunos más exhibicionistas. Puede que sea un gesto de relativa insumisión contra el encierro. O quizá sea una forma de decir a los demás: aquí sigo, vivo.

Pues a buena parte del vecindario lo ha despertado esta mañana, de nuevo, la grúa. Ella y todo lo que se mueve a su alrededor: los camiones llegando con su carga de material y las rotaflex y los martillos neumáticos han vuelto a sonar, y no sólo en esa obra, sino en otras más repartidas por el barrio. La construcción, sí, está otra vez en planta. El ladrillo ha dado por concluida su hibernación. Y llegan noticias de alborozo por su despertar.

La patronal andaluza del sector expresa su "gran alegría", los empresarios dicen tener un "respiro" y algún sindicato ya ve más seguridad en las grandes obras. Así, de la noche a la mañana. O sea, que lo que no ha sido capaz de hacer el hombre por sí solo, aunque era evidente que tendría que haberlo hecho -no hay más que repasar las cifras de siniestralidad laboral-, se empieza a hacer ahora desde (o con) la llegada del coronavirus. Parece que empiezan a ser unas cuantas las cuestiones en las que, aunque resulte siniestro y desde luego vergonzoso, va a haber que darle las gracias a la pandemia. Es como si esta mierda del virus hubiera brotado también para abrirnos los ojos y descubrir -¡a estas alturas!- que hace tiempo debimos arreglar situaciones que caían por su propio peso, causaban un estruendo y todos hacíamos oídos sordos. Eso sí, si había que aplaudir al muerto, se aplaudía. Al final, como dijo aquel, va a resultar que no hay mal que por bien no venga. Para brindar...

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