No queríamos pensar que llegaría tan pronto, aunque fuera una posibilidad. Fin a la buena racha, encadenando tres victorias en liga y la de Copa en Málaga, aquella semilla que germinó en 9 sabrosos puntos de una tacada a sumar al que por entonces lucía en el casillero de la UDA, que se queda en los 10 tras la derrota en Córdoba. Ni eran tan malos antes de jugar en La Rosaleda, ni tan buenos después ni de nuevo tan mal funciona todo. Un término medio, en el que estaba la virtud, según los antiguos y sabios griegos.

Pero tampoco habrá tenido que ver el cordobés Séneca en el triunfo local: su resurrección -la del equipo, no la del filósofo- se sostuvo en dos pilares: ponerle oficio, del que hay que tirar cuando escasean otras virtudes, y aprovechar un partido gris, sobre todo en la segunda parte, de los almerienses. Quizá la peor imagen de las ofrecidas hasta el momento, ya que incluso en las derrotas la sensación era otra bien distinta a la que se vio en el Nuevo Arcángel, sin ir más lejos en Pamplona, pese al todas luces injusto 3-1 definitivo.

Para colmo, malas noticias acumuladas: la primera de ellas quizá fuera causa indirecta de estar lamentando ofrecer en bandeja una bombona de oxígeno a los blanquiverdes: la lesión de Juan Ibiza, que no tiene pinta de poder sentar de nuevo a Trujillo hasta dentro de unas semanas, ojalá me equivoque.

Para colmo, la tangana final que acabó con sendas expulsiones y que impedirá jugar al menos el siguiente encuentro antes Las Palmas a Corpas, otro de los grandes descubrimientos de la plantilla en este mes y medio de competición.

En fin, a levantarse y seguir remando. Por mucho que suene a tópico vacío, tropezar y caerse debe servir, lejos de para hundirse, para incorporarse y retomar el vuelo. Si fuera así, por mucho que nos fastidie, caer en Córdoba no habría estado tan mal. Pero que sirva de algo.

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