Análisis

jorge colipe

Con la muerte en los talones

Entonces llegó la noticia de la muerte de Maradona que vistió de luto al mundo entero

Estamos despidiendo el año 2020, año que seguramente quedará marcado en los calendarios cuando algún día echemos la vista atrás, y digamos, yo lo viví, a mí me pasó, los vi jugar. Un año excepcional, fuera de lo normal, si es que a estas alturas alguien tiene alguna idea de lo que es normal. Lo cierto es que como nunca, la muerte se ha convertido en algo cotidiano, los fallecidos son números que marcan una realidad. Una realidad que pareciera estar recreada por el propio Hitchcock, nos obliga a mirar hacia atrás temerosos de que nos pueda alcanzar. Y entonces llegó la noticia de la muerte de Maradona que vistió de luto al mundo entero. Un funeral de Estado, reconocimientos en cada rincón del planeta, miles de minutos de silencio y el adiós a un mito viviente al que las masas elevarán a la categoría de leyenda. También este año, pocos días después -el 8 de diciembre-, falleció Alejandro Sabella, técnico argentino subcampeón en el mundial de 2014, ídolo de Estudiantes de La Plata, el Pachorra se fue a tirar paredes a otro mundo. Un día después, muere en Siena, Italia, uno de los grandes capocannonieres que he tenido el placer de ver jugar. Nos dejó Paolo Rossi hombre al que los españoles de cierta edad recordarán por haber sido el máximo artillero del Mundial ´82 que ayudaron a que Italia se proclamara campeona del mundo. Tres goles a Brasil en Sarriá, dos a Polonia en el Camp Nou, y uno a Alemania en el Santiago Bernabéu, hicieron que Paolo Rossi se convirtiera en Pablito, como lo recordarán eternamente los aficionados azurros. Este año nos dejó el gran Radomir Antic, quien fuera técnico de clubes como Barcelona, Atlético y Real Madrid. También se llevó a Lorenzo Sanz, uno de los responsables de la Séptima, a Michael Robinson quien nos enseñó a entendernos y a muchos otros como Goyo Benito, Norman Hunter, el Trinche Carlovich, el Macho Figueroa, Chiche Sosa, Marzolini, Pizzuti, Resenbrink. Qué equipazo.

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