Su partido aspiraba a tumbar al PP, pero en cinco meses se ha dejado tres millones y medio de votos y 47 diputados en el camino. Albert Rivera abandonó la política y todos los ojos miraron hacia Inés Arrimadas. Y la siguen mirando, no hizo falta presionarla en exceso para que anunciara su disposición a presentarse candidata a la secretaría general en el congreso de marzo.

La siguen mirando porque tiene su aquel. Joven, con voz templada, oculta una considerable fuerza interior. Decían sus colaboradores que no se amilana ante nada, sino que se crece ante la adversidad, y es ahora, cuando Cs sufre una precariedad máxima , cuando la fuerza de Arrimadas es ya de dominio público y ha insuflado un entusiasmo en la sede de Ventas que parece inconcebible en un partido que aspiraba a tanto y se quedó en tan poco.

El éxito de Arrimadas es que no ha entrado en las tensiones que se han vivido en Cs ante la actitud prepotente y excluyente de algunos miembros del círculo riverista; ha dejado que sea una gestora la que se rompa la cara si hace falta para poner orden interno. Ella, como candidata, se sitúa en otro nivel.

Escucha los cantos de sirena de un Sánchez que sabe que con Arrimadas de su parte acallaría el clamor unánime de que promueve un disparate político y que las consecuencias de sus pactos con independentistas y populistas pueden hacer caer al PSOE aún más bajo.

Arrimadas y sus diez diputados se han convertido en oscuro objeto de deseo de Sánchez y Casado. Sánchez, porque con la ayuda de Arrimadas podría blanquear el preocupante Gobierno que prepara. En cuanto a Casado, no renuncia a su sueño de liderar un gran partido de centroderecha sumando Cs al PP. También Arrimadas sueña con una gran fuerza de centro derecha para neutralizar a un Vox echado al monte y un PSOE sanchista que ha perdido el norte. Pero lo que no acepta es que CS sea engullido por el PP aunque se hayan quedado tan atrás. Y en ese terreno se mueve Arrimadas. En sumar … pero a su manera. Sin que desaparezca su partido.

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