La mujer soñada

Por un momento Ramiro pensó que estaba perdiendo el juicio, que fruto de aquella pérdida y de su obsesión por la chica, quizá estaba viendo alucinaciones...

Al amanecer, resguardado de la humedad tras el ventanal acristalado del salón, Ramiro contemplaba absorto, junto a su inseparable perro, lo bello e inmenso que parecía a esas horas el mar. La tenue música instrumental, que sonaba de fondo, le ayudó a meditar sobre una serie de ideas que pretendía plasmar en un capítulo más de aquel interminable libro que aspiraba a publicar.

Mientras reflexionaba, observó a don Fulgencio en su paseo matutino, el corpulento y huraño vecino marcaba una envidiable zancada militar, que seguramente aprendió cuando ejerció como médico en la pasada guerra civil. Sonreía al pensar que apenas aparentaba sus 89 años, era hombre de buen comer y de mal beber, que siempre mostraba un aspecto pulcro y arreglado, luciendo una gran cabellera plateada y una tersa piel morena, detalles que denotaban que se cuidaba, y quizás fueron los que le permitieron, después de enviudar de su primera esposa, volver a casarse en segundas nupcias con Virginia, una mujer encantadora.

Ramiro se encontraba afectado, a pesar de haber pasado por momentos similares en su dilatada experiencia como médico, no podía evitar que le asaltaran continuamente recuerdos de los hechos acontecidos la noche anterior, en la que hubiera deseado no asistir al hospital, para evitar vivir en primera persona el fallecimiento de esa joven, que se había convertido con el paso de los días en una amiga afecta, por la confianza y la inquebrantable fe que la adolescente depositó en él. Desgraciadamente, más temprano que tarde, sucedió lo inevitable y tras un mes de lucha permanente contra aquel cáncer que padecía la joven, la falta de respuesta a los tratamientos administrados, desencadenó el fatídico desenlace…

Era previsible y la mayoría de especialistas estaban de acuerdo, no era posible superar un cáncer de páncreas en un estado tan avanzado, aunque la mayoría de familiares se aferraba con fuerza a la más mínima esperanza que pudieran encontrar, en el fondo todo el mundo era consciente de que solo era cuestión de tiempo, que no sobreviviría. El proceso es extremadamente cruel, ver como un ser querido va deteriorándose progresivamente con el transcurso de los días, tan joven, con tantas ganas de vivir, desfigurándose, perdiendo el apetito, soportando dolores que ni las altas dosis de morfina lograban calmar.

Lejos de atemperar sus pensamientos, después de contemplar ensimismado unos minutos a Don Fulgencio y la bella estampa mañanera, Ramiro se levantó del mullido sofá situado frente al ventanal para recoger aquella figura de madera, que por su afición al bricolaje, guardaba como amuleto de la suerte en el cajón de su despacho. Sin embargo, ni su amuleto más preciado evitó disipar aquella mañana las cavilaciones que constantemente bloqueaban su mente. Así que pensó en cambiar de escenario y decidió salir con su entrañable mascota a tomar el aire fresco, para despejar su cabeza de esos pensamientos que lo deprimían.

Nada más traspasar el portalón de acceso a la calle se abrigó con una vieja rebeca; y mientras dejaba libre de ataduras a su mascota, para que se expansionara, sintió una punzada fría recorriendo todo su cuerpo, quedando aquejado de una leve cojera en su pierna izquierda producto de un defecto congénito de su cadera. Esta molestia se había acentuado en los últimos días debido a la cantidad de horas que pasaba de pie durante sus guardias en el hospital.

La mañana estaba siendo infructuosa, pero el destino tenía preparado para Ramiro un inesperado regalo, algo que anhelaba desde tiempo atrás, y que pondría fin a su búsqueda de la mujer soñada…

La brisa del mar ayudó a Ramiro a olvidar momentáneamente sus preocupaciones y a concentrarse en su mascota, que no dejaba de correr y olisquear de un lado a otro del jardín. De pronto observó cómo, a la velocidad del rayo, el animal se dirigía hacia el agua para acercarse a una sirena vestida de mujer. Un minuto después, la sirena se acercó temblorosa a Ramiro, que sin pensarlo un instante, la abrazó y la cubrió con su rebeca para resguardarla bajo su cobijo. Al mirarla fijamente a los ojos, quedó atrapado por unos segundos en ese color azul intenso, esa mirada le recordó aquella que tristemente se apagaba en el rostro de su joven amiga la noche anterior. Por un momento Ramiro pensó que estaba perdiendo el juicio, que fruto de aquella pérdida y de su obsesión por la chica, quizá estaba viendo alucinaciones, sin embargo era real ¿Cómo habría llegado esa chica allí? se preguntaba para sí, pero sin atreverse en aquel momento a romper el silencio reinante con sus preguntas.

Tampoco quiso mirar a la chica nuevamente a los ojos para no incomodarla, pero en su retina quedó grabado ese color azul que desprendía una magia especial, augurio del principio de toda una vida juntos, o al menos ese era el deseo que ambos sentirían con el transcurso de los días. A medida se iban conociendo sus corazones latían cada vez más acompasados esperando que ese camino en compañía el uno del otro no terminara nunca… aunque lo que vino después pertenece a otra historia que algún día contaré…

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