Análisis

Francisco bautista toledo

El mundo de los invisibles

Expresa la pintora la futilidad del tiempo empleado en cosas intrascendentes, consideradas como importantes en nuestras aspiraciones. Los días pasan aceleradamente, y al final, tras una vida que comienza cargada de sueños y promesas, viene la realidad de la vejez. La lozanía de los años llenos de esperanzas se han convertido en arrugas y cansancio, cuando todas las jornadas se repiten sin cesar, como un suspiro.

Celia La Calle utiliza un lenguaje plástico rotundo, donde no es el detalle quien prima, sino la silueta borrosa, o la impronta del trazo, expresado con intensidad cromática, de tonos que rompen el equilibrio tranquilo de la mirada, mostrando una topografía de colores abruptos, potenciando la fuerza del detalle, para así poder configurar con mayor exactitud el mensaje portado en sus piezas.

La propuesta de esta pintora es variada, siempre envueltos sus personajes en una atmósfera densa, lo que no impide que en algunas de sus composiciones exista algún atisbo de poesía. Todo el conjunto aparece ligado por una trama melancólica, reflexionando sobre el valor del tiempo perdido.

La autora explica que en su obra relata el espacio marginal de los perdedores, de este primer mundo confortable, plasmando miseria, soledad, abandono, olvido de personas que se consideran innecesarias en el gran teatro del mundo.

Todo es vanidad, insustancial premio prometido que se esfuma en la etapa final, e inalcanzable en el mundo de los débiles.

Alterna esta pintora el profundo colorido con espesos trazos negros, organizando un entramado gris, asfixiante, envolvente, interconectando cosas y seres, introduciéndolos en un laberinto sin fin, del cual nada puede escapar, es el infierno de los perdedores, el cubículo del abandono, donde la soledad y desmemoria social sientan su ley.

Es un escenario sometido al reino de la oscuridad, pese a que refulgen tonos verdosos, ocres, algún morado. Pero siempre las sombras cubren las estancias. Ahonda en estas sensaciones el dibujo, impreso con pasión, descargado emocionalmente en la pieza, y gracias a ello configura el ánima que da vida a su obra. El observador, tras visualizar el conjunto expuesto, abandona la Sala con inquietud y desazón, preguntándose por la importancia del quehacer diario, o si es más importante vivir el momento. También, rescata de la invisibilidad la realidad de los olvidados.

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