La UDA ha revolucionado su plantel con 17 caras nuevas, de forma necesaria dada la toxicidad de algunos, pero no tan conveniente a la luz de los resultados. Su director deportivo, a la fuerza ahorcan, ha cambiado de discurso y ha recuperado aquel de "hombres en lugar de nombres, hambre y no comodidad". La iniciativa por dar con la pócima mágica que sea capaz de sacar al club y al abonado del sobresalto continuo está cargada de voluntad y dudas. La plantilla no está contaminada por el negativismo, pero la victorias no llegan. La muchachada de FF corre, salta y esprinta; insiste y persiste; regatea pero no al esfuerzo. No en grado mayúsculo, pero son briosos y correosos; fogosos, impetuosos y laboriosos, y muchos más adjetivos relacionados con la voluntad, pero para nada son talentosos. Aprueban en transpiración y suspenden con estrépito en inspiración. Tienen trabajo, pero son pobres y no llegan a final de mes. El equipo ha cambiado, pero se ha precarizado en un curso más exigente y de un mayor nivel. Es más pobre de recursos y necesita ayudas. Es pronto, demasiado, y nunca lo último es lo definitivo en el fútbol. La Segunda es despiadada e implacable. Fagocita proyectos con la misma facilidad que Gargantúa -gigante mitológico- engulle a niños en las fiestas del País Vasco. Pero con una diferencia: los niños desaparecen por un momento y reaparecen. La División de Plata no espera a nadie y manda al pozo al más pintado, por más que sea su recorrido histórico. Confiar es justo y necesario, y muy recomendable para la salud, pero sin perder la perspectiva. Es más intenso y veloz, pero el plantel tiene poca calidad individual y colectiva. Debe de crecer y no decrecer; avanzar y no sumar retrocesos. Creer para hacer creer y no resignarse ni subestimarse. Es su gran reto.

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