La derrota en El Toralín, octava del curso, ha venido a recordar que la UDA no es un super equipo. Los rojiblancos tienen propuesta, plantilla y presupuesto, las tres pes, y ganan más que pierden, pero no son invencibles. Su nómina tiene un poco de todo, pero no le sobra de nada ni contiene hijos de los dioses. Se puede jugar mal y ganar, y se puede jugar bien y caer. Es la gran paradoja del fútbol. Los unionistas no jugaron en el Bierzo como los ángeles ni tampoco lo hicieron como los primeros pobladores de la Tierra. Tuvieron transpiración, pero carecieron de inspiración. Jugaron para no perder, pero les faltó iluminación, la de Umar Sadiq, para ganar. Cedieron el empate cuando buscaban la victoria, pero no supieron resolver un claro contragolpe, de 4 contra 2, que era definitorio. El equipo no especuló con la renta ni se aculó en su área. Si acaso, dio muchas pases a su juego y poco juego a sus pases. Gomes pecó de palabra, obra y omisión, y arrastra el sambenito de los cambios. Las sustituciones las hace mal y tarde. No acierta ni con los sustitutos ni con los sustituidos. Los tambores de guerra contra su continuidad se han dejado oír. Es un clamor y lo saben hasta los niños: es un agente doble del Espanyol y Mallorca. Quienes piden su cabeza sin titubear se olvidan de varias cosas. El entrenador propone y el fútbol dispone. No caen en la cuenta de que el sueldo del técnico de Matosinhos es inferior al de muchos de sus subordinados, corresponsables directos, y que la obligación de todo entrenador no es ganar, sino poner todos los medios para ganar. El fútbol ha cambiado mucho, pero no así la lectura de los partidos y el estado de ánimo de muchos aficionados en las derrotas. La victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana y siempre mira al entrenador.

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