Análisis

Antonio Galindo

La pasión mágica de la lectura y la escritura

“El infinito en un junco nos introduce a la historia de la escritura, donde el eco de las palabras y los trazos del alfabeto construyen el crisol de la humanidad”

Misteriosos hombres a caballo recorren los caminos de Grecia... Libros, buscaban libros... todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría. Este es el comienzo de El infinito en un junco que ya se ha convertido en un mantra que apasionados de la lectura recitan en su mente rememorando con deleite los párrafos leídos.

Pocas veces se ha alcanzado tanta unanimidad entre la crítica y los lectores. Un ensayo que se lee como una novela, donde el subrayado del texto o las anotaciones marginales van ganando cada vez más terreno, donde el ansia por conocer obliga a profundizar sobre lo leído con el sentimiento de ser consciente de haber dejado el placer de leer por el placer de saber. Y así página tras página, capítulo tras capítulo, en una sucesión cuasi infinita de imágenes que navegan por los párrafos saltando del presente al pasado, del cine a la literatura, de Homero a Cervantes pasando por Aldous Huxley.

Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es doctora en filología clásica, compaginando la divulgación con la investigación y ha publicado dos novelas, La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015).

Pero ha sido con El infinito en un junco cuando ha recibido decenas de reconocimientos tanto por autoridades académicas como por centros de lectura y cuyo máximo exponente ha sido el Premio Nacional de Ensayo 2020.

Para los lectores en general, una novela donde los libros sean coprotagonistas, siempre es un aliciente añadido y suele ser razón suficiente para acercarse con mayor atención a su lectura, y aunque este libro es un ensayo, se lee como si de una historia se tratase, ya que la autora ha puesto todo el cuidado en no perseguir la erudición sino la comprensión, alejándose de todo aquello que no fuera en aras de que la mejor pedagogía es la de la sencillez.

Vallejo pretende ilustrar el devenir de la escritura desde sus más remotos orígenes deteniéndose principalmente en Grecia y Roma sin obviar cualquier relación con el presente más actual. Pero el valor más importante del libro no es tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta. Es muy difícil entresacar unos párrafos y distinguirlos del resto, pero considero que el mejor homenaje a este libro sería precisamente el presentarlo tal cual, desnudo de cualquier comentario: El tatuaje es una supervivencia del pensamiento mágico, el rastro de una fe ancestral en el aura de las palabras… cuando el lenguaje era efímero (gestos, aire y ecos)... Una época de «aladas palabras», como las llama Homero, palabras que se llevaba el viento y solo la memoria podía retener.

En Pérgamo… los libros se transformaron en eso precisamente: cuerpos habitados por las palabras, pensamientos tatuados en la piel… Escribir los poemas significaba inmovilizar el texto, fijarlo para siempre. En los libros, las palabras cristalizan.

Todo el libro está plagado de reflexiones y recuerdos, donde la propia escritora transforma el ensayo en biografía: Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella era la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia… la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche.

E impregnándolo todo se va destilando un inmenso amor por los libros, que se ve explicitado en numerosos párrafos que podríamos suscribir cualquier lector apasionado: Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad -íntima, solitaria- de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese libro andaba buscando.

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