Análisis

PANDEMIA Manuel barea 8

El plan infalible: no hacer planes

Que más da ahora lo que queríamos y deseábamos hace poco más de un par de meses, a comienzos de año, cuando celebrábamos la venida de 2020, un número que en la infancia los más imaginativos o fantasiosos asociaban a ciudades futuristas, viajes regulares al espacio, platillos volantes en vez de automóviles, robots en cada casa y extraterrestres transitando pacíficamente nuestras calles. Había otros a quienes 2020 les parecía tan lejano y tan extraño que no dudaban en soltar un funesto presagio alimentado por historias de majarones apocalípticos (y por una evidente y malsana intención de joder a la concurrencia): ese año no llegaría jamás. Alguno conocí que acabó acertando, pero consigo mismo. Eran de esa clase de gente a la que le daba por augurar el estallido de la Tercera Guerra Mundial mientras los demás asistiamos al desmoronamiento de la URSS y sus satélites. Pero no contaban con que el futuro se había reservado para ellos su derecho a veto. Y en efecto, no han conocido este año -tampoco alguno de los anteriores- ni el coronavirus.

Hay unas líneas en un relato del escritor norteamericano Gabe Hudson, Notas desde un búnker junto a la autopista 8, de su libro Estimado Sr. Bush, que se han encendido estos días como un anuncio de neón rojo enorme parpadeando frente a las ventanas y los balcones: "No importa quien seas, en algún momento te ocurrirá algo salido de la nada y al instante tu vida cambiará drásticamente y para siempre".

Es justo lo que nos ha ocurrido. No ha sido algo individual, nos ha pasado a todos. No hace demasiado andábamos por estos lares con la coña de los pangolines asados y la sopa de murciélagos y demás zarandajas, achacando a los asiáticos que todo era culpa de su estrambótica gastronomía, enfrascados en nuestros domésticos y mundanos asuntos, preparando las galas para la Semana Santa (que no va a celebrarse) y dando los primeros martillazos en la construcción de la Feria (que no va a celebrarse), y aquí y ahora así nos vemos, con todos los planes pulverizados y reflexionando acerca de si el futuro nos impondrá, para cuando salgamos de ésta, una forma muy distinta de planificar nuestras vidas.

Por lo pronto, lo más conveniente ahora es decantarse por la forma que tiene de ver el porvenir -una vez escarmentado- el padre de Parásitos, cuando hundido en el catre del pabellón habilitado para acoger a los damnificados por las inundaciones de la tormenta le dice a su hijo: "¿De qué estás hablando? ¿Sabes cuál es el plan que jamás falla? No tener absolutamente ningún plan. ¿Sabes por qué? Cuando haces planes nunca salen como esperabas. ¿Crees que toda esta gente pensó: vamos a pasar la noche en este polideportivo? Pero fíjate, todos durmiendo en el suelo. Nunca tendríamos que hacer planes. Si no existe un plan no hay nada que pueda fallar".

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