Bueno el asunto parece que va para rato. Da igual cuando leas esto. La cuarentena será una ochentena, noventena y ya no sabemos cuando volveremos a aquella normalidad que añoramos. La sensación de andar por la calle, de quedar con los amigos, de ir al fútbol, de visitar a tus seres queridos, se ha vuelto excepcional o ilegal imposible. Ahora nos damos cuenta que se podía vivir prescindiendo de muchas cosas, entre ellas, se podía vivir sin fútbol. Lo bueno de esta afirmación, es que como beneficio colateral, hemos descubierto que también se podía vivir sin Tébar y sin Rubiales, sin Mourinhos, sin ultras, sin pagos estratosféricos como si quisieran lavar el dinero, sin catetos renacidos que confunden la vulgaridad con la sofisticación en sus mansiones con decorados choni. La ausencia de fútbol y de todos los deportes en general, han generado un vacío muy grande en nuestras vidas y al final nos estamos acostumbrando.

La burbuja de los clubes amenaza con reventar y se buscan fórmulas para salvar sus millonarios culos, donde el Estado tendrá mucho que ver si los ERTE que se han solicitado salen adelante. En 2008 la gente rescataba a los bancos y en el 2020 a los clubes de fútbol. En el mundo del revés las cargas están mal distribuidas. En este estado de confusión no podemos imaginarnos cómo será el nuevo escenario social en el que nos desenvolvamos, pero seguramente no va a ser el mismo del que gozábamos antes del 13 de marzo. Desde el gobierno ya nos están avisando que hasta que la pesadilla acabe, los últimos en volver a la normalidad van a ser los sectores del turismo y del ocio. Si el fútbol vuelve, el escenario será diferente y la gente tardará en regresar a los estadios. Pero de falta de fútbol por lo menos no hay ningún muerto registrado hasta el momento, porque la realidad nos ha borrado de la superficie y nos ha demostrado que se podía vivir, sin saber si había sido penalti o no, si habrán traspasos o si se podrá salir a la calle en función del resultado de nuestro equipo.

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