En las ondas todo puede suceder, desde el hecho más real hasta la magia. El periodismo más complejo, puro y auténtico es el que se da detrás de un micrófono encendido. Una pregunta incómoda, un silencio que se alarga demasiado, la reflexión posterior que no llega en el momento justo y por eso ya no existe. No hay tiempo para el plan, todo corre, porque o pasa o no en un instante, en un momento marcado por el tic tac de un reloj de pared que te avisa de que en ese sitio hay poco espacio para el error. Allí, en ese devenir de teorías dichas y escuchadas de un programa de debate cualquiera, ocurre que uno no sabe qué va a pasar en adelante. Si el entrevistado será tímido y una de esas personas que contesta a todo con monosílabos y con palabras trabadas, preso del nerviosismo. Olvidándose de la sinceridad que evoca la voz al desnudo cuando se escucha a través de las ondas, sin la necesidad de marcar acentos o imposturas. O si por contra, el tiempo se te hará corto, a ti y a los oyentes, sin espacio para condensar tanta información en un solo formato en el que siempre se quedarán cosas en el tintero. Como una moneda al aire, donde nunca hay planes fijos; carta blanca a la improvisación.

Todo pasa, de repente, en aquella mesa de trinchera, en 50 minutos de diálogos muy comanches, donde los artistas se dan consejos los unos a los otros. Ellos son ese tipo de personas que se escapa de la rutina que se ha diseñado para todos nosotros, para la gente. Un joven que se debate entre estudiar medicina o dedicarse al teatro, un arquitecto que fuera de los planos y las obras se pierde entre los versos de algún poeta al que admira, el cantante independiente que a través de plataformas gratuitas en internet lucha por hacerse hueco en una industria en la que cada vez importa menos que uno cante o no y qué pena. También el artista consagrado, el poeta, el premiado, el reconocido. Y cuando uno distingue a esos dos perfiles, enfrentados a dos micrófonos y cara a cara, se sorprende de cómo estando en puntos vitales tan distintos pueden llegar a influenciarse. Cuando reconoces a los que han cruzado la frontera y a los que aún tienen miedo a hacerlo eres consciente de lo raro de aquel sitio. Una habitación aislada del sonido exterior, ya sean críticas, malos consejos, coches veloces cruzando por las avenidas, sirenas a todo volumen que anuncian un mal presagio, complejos, dudas, horarios incompatibles o pautas sociales. En aquel lugar tan raro, la radio, uno puede pensar que, por extraño que parezca y a pesar de las premisas, todo, absolutamente todo, es posible. Sin reglas ni excusas. Desde lo más real hasta la magia.

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