El maldito bicho de marras ha secuestrado la vida de todos y ha ocultado el final de Liga. El virus lo invade todo, lo material e inmaterial, y todos ansiamos que este tormento acabe cuanto antes. No se me ocurre un deseo más global y democrático. Anhelamos salir de este laberinto que ha normalizado lo que no lo es. El fenómeno, con todo, no es ajeno al fútbol. Acostumbra a aparecer en su orden del día cuando se acerca el final liguero. Los resultados de las cinco últimas jornadas, con harta frecuencia, no son normales. Lo que debiera de pasar no ocurre. Huelen a raros, a impostados. La recta final, la de las alegrías y penas, presenta un territorio intermedio, el de la duda, que alimentan estos resultados extraños. Bajo este contexto, todo se hace ininteligible y el que más creer saber es incapaz de encontrar explicaciones creíbles. Es un tiempo muy abonado para conjeturar y malpensar. El regreso al fútbol de élite tiene como primeros y directos beneficiarios a los propios jugadores, cuyos contratos se actualizarán a la realidad de Primera, aunque no son los únicos. La afición, en particular, y la provincia, por el efecto económico y mediático que arrastra, también lo son. Luego está el club, su futuro y su grandeza. Hay ciudades grandes y grandes ciudades. En el Reino Unido, la presencia de una catedral es una unidad de medida que las diferencia. Contar con un equipo de fútbol en la Premier es otro elemento que cuenta, y mucho, en esta valoración. El dilema que se plantea, así las cosas, pasa por la prima de riesgo o el riesgo de la prima. Esa es la cuestión. Dirigir es elegir y la hora se acerca. La entidad dependerá de su presidente y dueño. El éxito o fracaso deportivo, eufemísticamente decepción para los más refinados, están en juego. Y retará a su paciencia y proyecto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios