Llegó el momento tan esperado del balompié, el debut en una Eurocopa. No todos los días se puede vivir en primera persona un torneo de tal dimensión. El pasado lunes, este periodista tuvo la oportunidad en Sevilla de estrenarse en una competición de carácter internacional.

Una fecha muy señalada para cualquier amante de este deporte. No todos los días se puede disfrutar de algo así. Un debut que no fue el que uno no hubiera deseado. Un debut en el que faltó lo más importante, la salsa del gol, después de que la selección no pasase del empate a cero contra Suecia. Una experiencia única que debe vivirse al menos una vez en la vida. Pero una experiencia en la que, más allá de lo puramente futbolístico, hubo detalles que a uno no le convencieron.

En una era en la que lo digital está más presente que nunca cuesta comprender que no se pueda entra al estadio con una batería portátil para cargar nuestros dispositivos. Todo ello cuando la entrada toca pasarla por el torno única y exclusivamente a través de una app móvil. Una decisión en la que la lógica parece brillar por su ausencia más que nunca. Aunque también podríamos hablar del pitorreo con las mascarillas, como si no lleváramos año y medio padeciendo esta maldita pandemia.

Fueron innumerables las ocasiones en las que el personal de seguridad tuvo que solicitar a más de uno que se pusiera la mascarilla. Pero una orden que, a pesar de la insistencia, algunos no parecieron comprender. No fueron pocos los seguidores advertidos una y otra vez, pero la cosa no parecía ir con ellos. Una muestra más de que en este país la gente solo obedece a base de tocarle el bolsillo. Una experiencia que, por muchos detalles mejorables que haya, será un recuerdo imborrable. Que la cuenta no pare.

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