Análisis

Tacho Rufino

De los problemas, hagamos tonterías

Las medidas gubernamentales hacen malabares poco racionales entre sus propias agendas y las necesidades colectivasLos intercambios de estampitas contaminan la necesidad de gestionar la pandemia y la deuda

Por qué permite la autoridad reuniones en los bares y terrazas, donde pulula gente sin mascarilla ni control alguno de distancias sociales, desavisada de la emisión de sus aerosoles y miasmas, mientras que esa misma autoridad -en su versión de matroishka competencial española, el poliedro autonómico y su tetris- prohíbe que una familia vaya a su casa de la playa, que quizá queda menos retirada que un pueblo de su provincia de residencia. ¿Por qué esa injusticia? Pues porque todo no se puede permitir, y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. También debemos apostar, como hipótesis para explicar tal arbitrariedad, por un efecto osmótico entre comunidades autónomas, donde unas y otras hacen lo que unas y otras van haciendo. Y, dicho sea de paso, por eso mismo, por esa afinidad estatal en las medidas regionales -adonde gobernares, hicieres lo que vieres-, al independentismo patrio le incomoda la convergencia en las medidas autonómicas: ante todo, la diferencia. Pero, sobre todo, porque tal convergencia de racionalidad en la gestión de la pandemia -que aprieta, pero no afloja- es contraria al afán contrarioso y politicón de las fuerzas políticas de este bendito país: donde estén el intercambio de estampitas y las luchas de poder intestinas y fraternas, que se quite la obligación pública: la de la vacunación masiva y la erradicación del contagio. La de calcular con tino y presupuestar cómo se va a pagar a corto y largo plazo la ingente deuda estatal que estamos asumiendo en estas fatales circunstancias.

Las autoridades locales, regionales y nacionales -éstas, bastante desaparecidas- hacen equilibrios entre sus obligaciones públicas y sus coaliciones internas y con otros partidos: el perpetuo periodo electoral pervierte a la eficacia y la eficiencia de la llevanza de los asuntos comunes; los funcionarios y técnicos nos protegen del cabildeo de las siglas, que deseablemente deberá producir un retorno sensato a una suerte de bipartidismo, aun con la condena del excesivo poder nacionalista, y a la espera de que el ecologismo emerja como árbitro necesario de este casino. Mientras, en esta o aquella esquina de la piel de toro; las alcaldías hacen teatro, dicho sea con injusta generalización. En Sevilla, por ejemplo, la prenda femenina -donde las haya- de la mantilla de Jueves Santo es objeto de placebo para una Semana Santa que este año -van dos- no va a provocar réditos fiscales y de consumo. Se programa una masterclass y todo, sobre cómo vestirse de negro fashion y retro: a los Oficios, que vayan las viejas. Casi mejor, bien mirado: no toquéis a la rosa, divertíos sin contaminar el natural religioso de la gente y sus expresiones tradicionales. Valga esta anécdota como ejemplo de cómo hacemos en este país -y sus ciudades y pueblos- tontería de los problemas; y de las tonterías, asuntos públicos.

"Menos mal que nos queda Portugal", gran hallazgo de Siniestro Total. Menos mal que nos queda la Unión Europea y, por mencionar, la OMS, que nos dan una guía y un marco. Mientras, las autoridades españolas están en lo que están: Murcia Herzegovina, Madrid de todos los poderes, el parlamentarismo borroka y de gafa de pasta catalán, el harakiri de Ciudadanos y sus recolocaciones personales; y la lisérgica jugada de Pablo Iglesias, que cambia el as de la vicepresidencia por no se sabe qué carta. Por qué se permite que uno pueda ir en estas vacaciones -para quienes lo sean- a su casa en la sierra si en el pueblo en cuestión los dos primeros números del código postal son los de tu residencia habitual, pero no puedes ir a tu casa propia o alquilada de la playa si son otros esos dígitos provinciales. Por qué pueden venir turistas -están deseando, gracias a Dios- pero no podemos hacer turismo interior. (Yo de mantilla no me visto, desde luego.)

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