Si durante una semana los futboleros patrios nos sentimos huérfanos de la pelota, podemos decir que el fútbol ya está aquí. Nada puede con la competición, ni siquiera más de 100 jugadores contagiados por la Covid-19 logran suspender la liga porque sencillamente el juego debe continuar. Es un escape, el circo moderno donde se distrae a las masas a cualquier precio. A decir verdad, pierden dinero los grandes y casi que lo ganan los equipos chicos. La respuesta es sencilla. Mientras clubes como Real Madrid, Atlético o Barcelona se dejan millones en el camino en concepto de venta de entradas y merchandising; los modestos, cuyos presupuestos en un porcentaje muy alto proceden de la venta de derechos de televisación, casi que están ganando dinero. No se puede impedir que el balón siga rodando porque es condenar a miles de trabajadores a la ruina económica. No hablo de jugadores millonarios. Me refiero a clubes pequeños, a empleados, a personal de oficina y mantenimiento; a los que comen gracias a que se juega a la pelotita. Visto desde esta perspectiva, las palabras de Xavi Hernández de aplazar encuentros como el Mallorca-Barcelona, supondría una condena que repercute de manera feroz en las economías familiares de quienes obtienen su sustento con lo que sucede en el verde domingo a domingo. Es evidente que con una mirada sanitaria, tomada por quienes reciben la nómina pase lo que pase, la decisión de jugar se pone en entredicho. Por ahora y al parecer con una cepa no tan agresiva, como diría Bordalás, tal vez se debería permitir jugar a campo lleno. Tiene su lógica si es cierto ese dato que indica que los miles de contagios, récord desde que comenzó la pandemia, se traducen en tres veces menos muertos. Sanidad indica que de esos fallecidos, un porcentaje muy alto, por diferentes razones, no se encuentra vacunado. Si ese esa es la estadística que ofrece la autoridad sanitaria competente, ¿por qué detener la competencia ante aparentes simples resfriados de los de toda la vida?

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