Quédate en casa. Es el mensaje que se repite por activa y por pasiva en todos los medios. Quédate en casa y sal a hacer la compra única y exclusivamente cuando sea necesario. Quédate en casa y saca al perro al arbolito, como haces siempre, y no aproveches para hacerte una maratón. Quédate en casa y lleva la cuarentena como tu ingenio quiera. Pero quédate en casa. Como haces los fines de semana en los que la pereza te puede y prefieres peli y manta a quedar con tus amigos. Quédate en casa. Porque sabes hacerlo, porque lo haces siempre. Aunque no sea lo mismo hacerlo por placer que por exigencia.

El ser humano tiene un particular modo de reacción. Actúa siempre y cuando sea algo voluntario. En el momento en el que se le exige lo rechaza. Es simple. Dígale a un niño que no se había planteado bañarse que durante las próximas dos horas no lo podrá hacer. Será lo único que desee hacer. Con la permanencia en casa pasa igual. La mayoría de nosotros anhelamos la llegada del fin de semana para pasárnoslo encerrados en casa. Nos da igual no tener azotea, terraza o ventana. Queremos aferrarnos a nuestro sofá porque tumbados sobre él experimentamos algo similar a cuando estábamos confinados en el vientre materno. Pero, ahora que la permanencia en el hogar es materia obligada nos revolvemos por dentro porque lo que queremos es calle. Todo el rato. A todas horas. Y así lo expresamos en redes sociales, en el grupo de Whatsapp de los amigos y en los balcones cuando salimos a aplaudir a los sanitarios.

Los sanitarios, esos que ni se han planteado hacia dónde les llevan sus pulsiones más instintivas ni qué quieren inventar durante la cuarentena ni dónde prefieren tomarse la cerveza esta noche, si en el salón o en la terraza. Ellos, a los que todos consideramos héroes, cumplen su misión sin dar queja por ello. Sí, es vocación, pero también responsabilidad. Quédate en casa. Quédate y piensa en ellos cada vez que te subas por las paredes por llevar mal la única misión que se te ha encomendado.

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