La pasada semana quedé con Adriana Díaz, la última incorporación del Almería femenino para hacerle un reportaje. El procedimiento fue fácil: contacté con Javi Gálvez, encargado de prensa del femenino, y éste lo resolvió de manera eficaz, respondiendo que cuándo nos venía bien, concertamos la cita y unos días después quedamos junto a Carlos Barba para las fotografías y una pequeña entrevista. Hubiese podido ser aún más sencillo, saltándose el paso del club, pero tampoco era cuestión de evitar los cauces reglamentarios. La misma semana ningún futbolista del equipo masculino habló en zona mixta tras el encuentro ante el Málaga, exceptuando a la emisora oficial del club. Y no, el periodista no es el principal perjudicado. De hecho, llegué antes a casa que si hubiesen hablado. La víctima es el aficionado, privado de escuchar a los protagonistas, como sí ha podido hacer años atrás. El asunto no es exclusivo del Estadio de los Juegos Mediterráneos, formando un buen número de clubs de Segunda los que alegan motivos sanitarios para ese cierre de micrófonos. A estas alturas de la pandemia, es inexplicable no volver a la normalidad en este tema, máxime cuando en otras plazas de la misma categoría, como Valladolid o Burgos, sí pueden los aficionados escuchar a los jugadores. Éstos y los clubs han sacado su parte positiva de la pandemia, aislándose aún más al utilizar la situación sanitaria como argumento para reforzar una postura que ya se practicaba años atrás y que ha llegado hasta las categorías más bajas, poniendo trabas incluso entidades que militan en la quinta división. Los futbolistas echan la culpa al club, alegando que a ellos no les importa hablar, y los departamentos de prensa, a los jugadores. Los unos por los otros y la casa sin barrer, continuando a la espera casi un año después para entrevistar a Mohamed El Assy habiendo utilizado los cauces reglamentarios. Quizás haya que pasarse al lado 'palmero'. O hacerse 'youtuber'.

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