Conozco numerosos casos de deportistas que han dejado su pasión porque comenzaban el Bachillerato, como si fuese imposible poder compaginar la vida estudiantil, la deportiva y la social. El origen posiblemente venga de base, con esos niños que no van a un entrenamiento porque al día siguiente tienen un examen de Matemáticas de tercero de Primaria, sin enseñar al retoño que tiene que cumplir con sus obligaciones adquiridas cuando comienza una práctica deportiva, aprendiendo así numerosos valores y organización. Sociedad frágil que cuando llega a Bachillerato es incapaz de organizarse para saber cuándo tiene que estudiar y cuándo tiene que ocuparse de otros quehaceres. No he visto, por cierto, ningún estudiante que deje el deporte para centrarse en el botellón, pero sí gente que ha abandonado el deporte y que ha ingerido grandes cantidades de alcohol. Sintiéndome un afortunado por la libertad que me dieron mis padres y por la capacidad de llevar todo hacia adelante, guardo con grandísimo recuerdo esos entrenamientos con el sénior del Oriente, el club donde crecí, cuando era juvenil de primero y de segundo. José Valdivia entrenaba tanto al sénior como al juvenil, así que no fueron pocos los entrenamientos que tiraba de este periodista, haciendo malabares los fines de semana para jugar y poder escribir en las páginas de este diario la interesantísima crónica entre el Roquetas B y el Koala. Un par de encuentros sí que disputé, y, aunque el del debut se queda en la retina, es imposible olvidarse de esos entrenamientos de gente con pelos en las piernas y que trataban al mocoso de turno como uno más, formando los entrenos, las barbacoas y los botellones entre un grupo que de verdad sí que fue una familia (prueba de ello, mantener el contacto, tres lustros después) algunos de los momentos más bonitos de mi vida. Mi primera borrachera fue en una Feria de Almería con ese grupo. Como para no olvidarlo.

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