Después de diecisiete años escribiendo sobre fútbol modesto y canterano, ya no me sorprenden en absoluto noticias como la de las agresiones que sufrieron los jugadores del juvenil B de la UD Almería el pasado fin de semana en su visita a Melilla. Y eso da qué pensar. Bien es cierto que los hechos tuvieron lugar fuera del campo de La Espiguera y que el club local, el CD Medina, condenó el suceso, recalcó que los agresores no tenían vínculo ninguno con la entidad local y prestó su total colaboración para ayudar en la investigación del asunto, dando ejemplo a otros que siempre suelen lavarse las manos o buscar excusas para escurrir el bulto. Lo más impactante de todo, y vuelvo a mis palabras iniciales, es que he llegado a naturalizar tanto este tipo de acontecimientos, después de ver y escuchar tantas cosas violentas ocurridas en numerosos campos de fútbol, que me preocupa que no me sorprenda. Todas las temporadas pasa algo en Melilla, miembros de clubes almerienses siempre nos cuentan a los que trabajamos para esta sección deportiva lo mal que se pasa en dicha salida, ya sea por sentirse coaccionados por el rival en el mismo terreno de juego, ante la permisividad de arbitrajes muy caseros, o incluso ya con el duelo finalizado, como lo que vivieron hace unos pocos días los canteranos rojiblancos mientras hacían cola para subirse al autobús y partir hacia Almería. Entiendo que no siempre se puede controlar todo, que nunca se sabe si un grupo de cafres va a hacer algo violento, pero creo que desde la Real Federación Española de Fútbol, desde los entes futbolísticos autonómicos y también desde las autoridades competentes en cada ciudad, se deberían tomar medidas más eficientes para acabar de una vez por todas con estas situaciones tan lamentables. Está claro que los únicos culpables son los que sueltan puñetazos y patadas, que seguramente en este caso fuesen ajenos a esta disciplina deportiva, pero en este mundillo todos sabemos que hay campos en los que la seguridad brilla por su ausencia y cada curso se repite este vergonzoso patrón. Ojalá las cosas cambien y ningún crío (no nadie) tenga que volver a casa apedreado después de un partido.

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