El Reglamento está para cumplirlo e incumplirlo. El empate contra el Leganés tuvo de ambos. El colegiado rectificó su decisión inicial en el caso de la expulsión y del penalty a instancia del VAR, cuyo cometido no es apreciar, sino acertar. En la primera, no lo hizo. En la segunda, su interpretación fue calamitosa.

La máxima pena fue una pena máxima y no se debía producirse porque se había superado en 54 segundos el tiempo de descuento, de cuatro minutos después de añadir otro a los tres decretados, sin ningún motivo. En el postrero empate contra el Sabadell ya ocurrió algo parecido. Se incumplió el Reglamento al no respetarse la distancia entre el lanzador y primer defensor. Lo grave no es la equivocación sino la ignorancia de las normas.

El error forma parte del fútbol y la interpretación de cada jugada es algo subjetivo que depende y afecta al patrimonio deportivo e individual de cada árbitro. Pero el error técnico es menos comprensible. La solución de este problema, por este motivo, es que no tiene solución. Así como suena. No es algo circunstancial o pasajero, que viene y va, sino estructural de este deporte. Otra cosa es la intención, la mala, que nunca podrá ser probada.

El aficionado tiene sobrados motivos para estar indignado, pero le faltan argumentos para probar el origen oscuro de su enfado. La UDA hará mal en conceder más importancia a los árbitros que a su propio juego. La única forma que tienen los de José Gomes de corregir a los trencillas es mejorar sus propias prestaciones rematadoras. El error y el acierto antes dependía del ojo que miraba.

El VAR ayuda lo suyo a corregir los errores, pero los malos árbitros se siguen equivocando, sencillamente porque las categorías están para algo y en Segunda no estén los mejores colegiados.

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