Análisis

Tacho Rufino

La surfera y el barrio pobre

La cuarta parte de la población mundial es muy pobre; los pobres tienen cuatro veces más probabilidades de contagiarseLas brechas de pobreza, y también las de edad, se reabren en cada crisis

El pasado lunes conocimos un hecho sintomático de ciertos rasgos de la pandemia en curso, no sabemos por cuánto curso más. Una joven hacía surf en la playa de aguas más virulentas de la ciudad de San Sebastián, La Zurriola. Alguien, al parecer un compañero de trabajo, socorrista como ella, avisó a la Policía porque la chica estaba obligada a confinarse tras haber dado positivo en unas pruebas de detección del coronavirus, preceptivas por su tipo de trabajo. El dispositivo de la Ertzainza se mostraba espectacular: pude contar en una foto a cinco policías de uniforme habitual más otros cuatro ataviados al modo de los investigadores que buscaban a E.T. en la casa de la familia de Elliot: los extraterrestres parecían ellos. Tras ser reducida, con gran resistencia de la cuadrada atleta en su neopreno, uno de los agentes forrados a su vez en EPI blancos esposó a la chica, que se había negado a salir del agua y que después, cuando consintió a hacerlo, se puso agresiva y desafiante con el operativo policial. Un dispositivo que no se organizaba con frecuencia en tiempos de la kale borroka, y es irónico -no digo que injusto- que le vaya a caer a ella un paquete más gordo de los que les caían a aquellos "chicos de la gasolina" con los que tan condescendiente era el padre Arzalluz (padre por haber sido jesuita y también por haber conducido ideológicamente al PNV tras la muerte de Franco).

Más allá de la rebeldía de la surfista -que en nada parecía enferma, sino todo lo contrario-, e incluso más allá de que estuviera no ya trasgrediendo una orden de confinamiento, sino la baja laboral aneja a tal imperativo sanitario, la escena es significativa de una lucha también en el fondo callejera: la de los jóvenes asintomáticos ante las imposiciones para proteger a los mayores y los grupos de riesgo ante el Covid-19. El síntoma más vigente de la rebeldía juvenil y su subyacente brecha generacional es cómo pasan de guardar las normas de distancia social muchísimos jóvenes, por no decir que la inmensa mayoría. Un trasunto epidémico de una situación de desempleo y falta de expectativas y seguridades de al menos dos generaciones, las más nuevas, que no podrán acceder, ni de hecho acceden, a las coberturas de sus mayores, que algunos casos reciben pensiones de cuantías que ellos nunca podrán soñar trabajando, incluso con titulaciones de cierto nivel. En el fondo -y quitémonos las caretas y dejemos la hipocresía junto al vaso de agua de la mesilla de noche-, junto a la falta de responsabilidad achacable a los jóvenes en esta emergencia transita un "vaya lo uno por lo otro", o dicho de otra forma, "no me controles más, que bastante tengo con mi perspectiva en la vida... perspectiva que no tengo, y tú sí tuviste, señor mayor. Por lo menos, déjenme divertirme". Es discutible moralmente, pero no está mal ser realistas; algunos dirán que cínicos.

Hay otra brecha que también hemos podido constatar esta semana en un periódico, en éste que usted lee con buen criterio: "La incidencia del coronavirus se dispara en el Polígono Sur", "La tasa acumulada cuadruplica la media de la ciudad", rezan título y subtitulo de la noticia firmada por Diego J. Geniz. Los colegios de ese barrio están condenados a cerrar pronto por contagio. Da igual que ponga usted ese barrio sevillano u otro de otra ciudad si está ubicado adonde se concentra la pobreza. Según un informe de Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, la cuarta parte de la población mundial vive en barrios marginales: la aritmética de ambas noticias es perversa: pobreza llama a pobreza. Hay un principio inexorable en toda crisis: las brechas sociales se abren y descarnan con cada crisis. Cualquier tipo de crisis, y de brechas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios