El cese, que no dimisión, de un entrenador, tiene mucho de fracaso y de decepción para el contratante y contratado. El desengaño y la desilusión de ambas partes lo es con una mayor crudeza cuando la tinta del contrato aún está caliente. La sorpresa entra en la antología del disparate cuando el equipo marcha en la segunda plaza de la clasificación y sólo ha cedido dos derrotas en 14 jornadas, con un balance de 24 puntos sobre los 42 posibles. Y, a lo que parece, los contratos se firman para no ser cumplidos. La prudencia no figura en el manual del fútbol actual y aún menos en el de un jeque ansioso de protagonismo. La llegada de Guti, primero, y Gutiérrez, después, en un transfuguismo sin precedentes, no ha mejorado a su predecesor. El saldo del madrileño es de 22 puntos con 6 victorias, 4 empates y 4 derrotas, tres durante el último mes. La comparación se ha hecho presente. Pedro Emanuel sumó el 57,1% de los puntos y la tarjeta del madrileño es del 52,3%. Si aquel fue cesado, el de Torrejón de Ardoz lo debiera de ser con más motivo, aplicando la lógica de la ilógica, la razón de la sinrazón, del balompié. El móvil del primer cese fue que el equipo ganaba pero no emocionaba y aburría a las vacas. El del segundo, si se consuma, es que los rojiblancos ni ganan ni entretienen. Comparar una decisión con otra es un doble error. Relacionar el penalti de Los Pajaritos, que no lo fue, con el no pitado en El Alcoraz, que tampoco lo fue, es más demencial. Apelar a la envidia y la persecución arbitral es sencillamente delirante. La radio oficial ha olvidado la vocación de servicio al abonado, y también a la verdad, con la que nació. Y a Guti, tan moderno en su vestuario, sólo le ha faltado el pantalón de pana para parecerse al abuelo de los banquillos. El miedo es muy revelador.

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