Aunque no tengo hijos correteando todo el día a mi alrededor, ni una pareja con la que entrar en discusión por ver qué película de Netflix ver esta noche, admito que este confinamiento está afectando seriamente a mi salud mental. Estoy al borde de un ataque de nervios, mayormente por ver que los días pasan y sigo encerrado en casa, perdiendo la oportunidad de poner a prueba mi equilibrio cada noche tras un buen pulso a tercios de cerveza con mis amigos en La Salada. Los que somos muy de bares, a los que nos gusta el cancaneo también de lunes a jueves, lo estamos llevando fatal, la verdad. Pero es lo que toca, hay que hacer un esfuerzo, por nuestra salud y la de nuestra gente, para que pase todo esto lo más rápido posible y las cosas puedan ir volviendo a la normalidad, poco a poco, después de esta experiencia que nos está tocando vivir y de la que tenemos que aprender para ser mejores. En ese sentido, me alegra ver los grandes gestos de solidaridad que está teniendo la gente, confeccionando mascarillas a mano, donando geles o directamente ayudando económicamente, como ha hecho Turki Al-Sheikh. Tampoco hay que olvidar a esas personas que aportan su granito de arena con vídeos en directo en los que intentan entretener a los críos con manualidades o a los no tan críos con sesiones de música un viernes noche. En redes sociales estos días de cuarentena, pese a los bulos, discusiones absurdas y ciertos comportamientos ególatras (como si no lo estuviésemos pasando mal todos), se presentan numerosos planes para hacer más ameno un confinamiento en el que parece que todo el mundo está aprovechando las horas de encierro de una forma productiva. Todos menos un servidor. No sé si le pasará a alguien más, pero quitando el tiempo que le dedico al periódico, no estoy invirtiendo el resto prácticamente en nada productivo. Me engancho a una serie y me limito a comer galletas y golosinas hasta caer dormido. Cuando pase todo esto empezaré a quejarme de que no tengo tiempo para nada. Cuando lo haga, por favor, que alguien me recuerde cómo lo desperdicié, creyendo que era Oreo en vez de oro.

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