Las noticias sobre el coronavirus abrasan el ánimo. Sin respiro, sin tregua.

Parece que la "nueva normalidad" va a ser la "anormalidad" de vivir sin abrazos ni besos, porque un implacable ejército de virus nos ha declarado la guerra.

¡Resiliencia!, no es el nombre de una santa antigua sino el grito que cada uno tiene que lanzar a la montaña íntima de su desaliento. No sabemos qué está siendo verdad y qué mentira, porque los gobernantes del mundo son como gatos enredados entre los hilos de un ovillo. Al no poder zafarse, por su mediocridad o su falta de inteligencia, estos animales, los nuestros, nuestros gatos enredados, optan por aplaudirse a sí mismos con el absurdo propósito de hacerle un quiebro a la acometida de su cargo de conciencia; y a los pitos del graderío, a menudo ensordecedores.

Resiliencia: "capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos" - es lo que toca. Un desfiladero para escapar de la que nos está cayendo, o el medio de hacerle frente al miedo. Tarea apremiante, agónica. Porque las autoridades no dan con la portería, carecen de olfato de gol, se pierden en sus regates políticos.

Y la ciudadanía, nosotros, no somos tan disciplinados y solidarios como dicen en los telediarios. Todo lo contrario, ¿a qué engañarnos? En su mayoría, los jóvenes son irresponsables, del todo a partir de la tercera birra. Sobran las mascarillas y las distancias, porque ellos son invencibles y sienten que siempre lo van a ser. El verano con sus noches de reguetón y cubata es territorio de alocadas transgresiones. Mañana, "¡andá, los donuts!", caerán en la cuenta de que sus padres y sus abuelos podrían pagar las consecuencias de sus largas fiestas multitudinarias, porque no son tan jóvenes ni tan inmunes. Pero el arrepentimiento caducará en el instante que suene el móvil anunciando una nueva movida.

- "Esta guerra la vamos a ganar todos juntos, unidos" - dice y dice el "homenajeado" -

Ante el terremoto originado por el equipo de Fútbol de Fuenlabrada, ¿qué cuota de culpa debería haber asumido ya el Consejo Superior de Deportes presidido por la camaleónica Irene Lozano, su amiga y "correctora de estilo literario, señor Sánchez?

Indiscutiblemente, nuestras autoridades no dan pie con bola. Tampoco la sociedad en general atina mucho - miremos los picos de la pandemia - Así que lo que parece más sensato es encontrar la manera de desarrollar nuestra propia capacidad de adaptación, convertirnos en individuos resilientes. La palabra suena a gentilicio, es verdad. Quién sabe si el día de mañana, sólo quedarán por aquí quienes buscando las claves de su propia genética hayan aprendido a enfrentarse a esta descomunal adversidad… Quién sabe si no se constituirán en una nueva república de hombres y mujeres libres de cualquier enfermedad, gente siempre sana, gente eterna.

Resiliencia = Supervivencia.

Por si acaso, intentémoslo.

No hay otra… mientras el mundo gira.

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