Después de algo más de siete meses desde que la pandemia paralizó las competiciones el aquí firmante pudo asistir otra vez a un evento deportivo. Sin público, eso sí, para variar. Una larga espera que se prolongó en exceso, más de lo que cualquiera podía desear, desde que este periodista presenciara en marzo la Copa de España de fútbol sala. Un tiempo en el que ha reinado la incertidumbre, de hecho, lo continúa haciendo. Una experiencia nueva que sumar a la corta carrera de uno. Una cita un tanto extraña, más allá de la presencia de mascarillas. Si bien este periodista considera que la no presencia de aficionados no implica que no se trate de fútbol, es evidente que su ausencia causa un vacío. Una sensación que el autor de estas líneas no sabría definir con exactitud, aunque para nada la calificaría de agradable. Unos minutos en los que se podía escuchar con nitidez a los protagonistas del juego, imperando el silencio en una grada ocupada por los suplentes y demás componentes de los clubes. Ojalá el caos que vivimos a causa del coronavirus tenga un fin pronto, aunque se antoja imposible. Pero lo que el autor de estas líneas no logra comprender es en qué se basan las instituciones para dejar pasar o no a público. Resulta incoherente que unos equipos puedan contar con el apoyo de los suyos y otros no, incluso en la misma provincia. Por más vueltas que uno le da no llega a comprenderlo, misión imposible. Pero ya sabemos sobradamente que la lógica no casa con la clase política. Unos empleados públicos que más que tratar de servir a los ciudadanos se enfrascan en sus guerrillas ideológicas. Ni una pandemia iba a poner fin a semejante esperpento. Sean coherentes, por favor.

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