Si alguien en el mundo del fútbol estaba deseando que acabara 2020 con la esperanza que 2021 deparara un presente con mejores condiciones, hasta ahora no ha tenido suerte. Los primeros días del año han traído consigo un tremendo temporal de agua y nieve con nombre de mujer, Filomena, que ha obligado a suspender encuentros en algunos casos y a jugar como si de la liga ucraniana se tratara, en otros. Esto último le sucedió al del Real Madrid que se quedó helado y varado en su visita a Pamplona, en un encuentro con empate a cero frente a Osasuna, jugado a las nueve de la noche bajo el blanco manto de la nieve. El campo estaba igual de bien o de mal para los dos equipos pero como dice Zidane, no fue un partido de fútbol. Más bien se trató de un encuentro que de espectáculo no tuvo nada, con la sola intención de completar la papeleta en un calendario muy complicado y marcado por la pandemia mundial que tiene en vilo a la población.

En esta idea de "acabar como sea", es cierto también que factores como el "positivo" de integrantes de un plantel, intoxican la competición. Jugadores importantes y decisivos se han perdido citas relevantes y esos imprevistos influyen en el resultado. Un contagiado de coronavirus se asemeja a la figura de un lesionado. Y las lesiones en una competición sin pretemporada y jugando cada tres días, han lastrado a las plantillas que tienen las enfermerías repletas. En este sentido todos los equipos tienen motivos para quejarse pero al igual que en el mundo real, el fútbol debe salvar su economía y la rueda no puede parar de moverse. Fútbol contagioso, distanciamiento social y estadios vacíos forman parte del nuevo panorama al que hay que acomodarse quejándose lo menos posible, porque hay otros sectores de la población que lo están pasando realmente mal. Los equipos alzan la voz pero es lo que hay. Ahora viene la Supercopa, mientras se juega la Copa del Rey, la Liga y la Champions.

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