MARCÓ el teléfono de su mejor amigo a las 4 de la madrugada. Y él sabía bien que no eran horas para llamar a nadie pero le amparaban tantos buenos años de amistad que no se lo pensó dos veces. Demasiados días azules, viajes vividos. Parecía legítimo molestarle en mitad de la noche. Quería decirle lo emocionado que estaba por la feliz noticia: su mejor amigo iba a ser padre. Un colega en común se lo comentó en un bar. Demasiado tiempo sin verse, sin hablarse, sin leerse. Tras aquel concierto, caminó haciendo "eses" por una calle empedrada y allí le pudo su efervescencia. Agarró decidido el móvil. Las lágrimas ya asomaban antes de oír el primer tono. Pero no hubo suerte. No hubo respuesta. Cogió la funda de su guitarra que apoyaba en la persiana de un comercio gris y se la echó al hombro. Pesaba tanto como su alma. Y la calle se hizo más solitaria. Y ese idiota regresando a casa era yo.

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