Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Abogada

Acosado

Llegó a quirófano, sobre la mesa de operaciones un hombre grueso y sexagenario lo miró con ojos desorbitados

Tenía un aspecto desolado, con una barba de dos días cubriéndole el rostro aún joven. Rondaba los 60 y conservaba una buena figura, sin embargo sus patillas plateadas le delataban: hacía tiempo que había traspasado el ecuador de su vida. Había sido educado en valores tradicionales ya desfasados: "los hombres no lloran", "sé bueno, honrado y trabajador, y todo te saldrá bien"…. La vida le había demostrado que no todos los hombres habían sido educados de la misma forma. En el colegio, tuvo la desgracia de coincidir con un chico gordito, mal encarado y con una crueldad impropia de un niño. Siempre le robada la manzana del desayuno, le llamaba cuatro ojos, o le obligaba a buscar la pelota, cuando se le escapaba fuera del recinto escolar. Después tenía que saltar el muro del patio para volver a entrar sin recibir una regañina o incluso un castigo. Ese chico le persiguió toda la juventud, fueron juntos al mismo instituto y le impidió hacer amigos, lo aislaba de una forma sádica, y él no se vio nunca con fuerzas para enfrentarse, así que se recluyó en su propio caparazón. Cuando aprobó la selectividad, eligió una carrera que exigía trasladarse a otra ciudad, y fue entonces cuando lo perdió de vista, desapareciendo para siempre de su vida. A partir de ese momento pudo hacer algún amigo, pero le era muy difícil confiar en la gente, ya que esa lacra le había dejado en su alma una huella indeleble. En su profesión fue siempre admirado y respetado, era de dominio público su gran pericia y sabiduría en la especialidad que eligió, y no tuvo problema alguno en encontrar trabajo allí donde quiso ejercer. Había conseguido formar una familia con la mujer de la que se enamoró desde el mismo día que la vio entrar en el aula, en el primer curso de la carrera, pero a la que jamás se habría acercado, debido a su timidez y a la pesada carga que supuso su aislamiento infantil, acosado por aquel gordito cruel e impertinente del que nunca más supo. Educó a sus dos hijos tal y como a él lo habían enseñado, pero mucho más vigilante que cualquier otro padre, no quería que ellos sufrieran la violencia a la que él fue sometido sin que nadie lo hubiese sabido nunca. Los profesores observaban todo impasibles, era normal que unos chicos pegaran y ejercieran violencia sobre otros, no intervenían porque tenían que aprender a defenderse solos en la vida. Le sacó de su ensimismamiento el telefonillo interno: "doctor XXX, acuda a quirófano, accidente muy grave, hombre de unos sesenta años, traumatismo cráneo encefálico, múltiples heridas….. Salió cansado de la sala en la que se encontraba, había sido una guardia muy dura, y ahora esto, unas horas antes de acabar una noche intensa. Llegó a quirófano, sobre la mesa de operaciones un hombre grueso y sexagenario lo miró con unos ojos desorbitados, en una décima de segundo se reconocieron los dos.

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