Actos fallidos

¿Quién puede caer en un "lapsus" tan clamoroso? ¿Quién puede dejar tan a la vista un deseo reprimido?

Freud fue uno de los primeros estudiosos que analizó los lapsus lingüísticos, que también llamaba "actos fallidos de la lengua" o "lapsus linguae" (a veces, la palabrería de Freud justifica las bromas ácidas de Nabokov, quien decía que el único interés de Freud era considerarlo un escritor involuntariamente cómico). Pero en su análisis de los lapsus que todos cometemos al hablar, Freud tenía razón. Cuando caemos en un lapsus, el deseo reprimido aprovecha los resquicios que encuentra en una conversación habitual para manifestarse justo donde menos lo esperamos. ¿Quieren un ejemplo emblemático de un lapsus? Pues ahí tienen a Pedro Sánchez. "Aquí hemos vacunado a todo el mundo sin preguntar a nadie a quién votaba", dijo el gran hombre hace poco en una de esas entrevistas palaciegas que tanto le gustan.

¿A quién se le puede escapar la referencia al voto de cada ciudadano cuando se trata de una medida que busca el bienestar general? ¿Quién puede caer en un lapsus tan clamoroso? ¿Quién puede dejar tan a la vista un deseo reprimido que ha asomado por donde menos se esperaba? Pues alguien que sea tan sectario y dogmático y tan hostil a toda política de consenso como para pensar -en su fuero interno, a escondidas- que el Estado sólo debería beneficiar a sus partidarios y desentenderse de todos los demás. O dicho de otro modo, alguien que confunda el Estado con sus propios intereses. Alguien, sí, que crea que la política es un ejercicio puramente arbitrario del poder. Para esa persona, el Estado no es más que una maquinaria que sólo debe servir a los intereses del gobernante que en ese momento detenta el poder (sin deseo alguno de abandonarlo). Para esa persona, la política consiste en contentar a los súbditos obedientes -a base de privilegios o subsidios o propaganda- y en abandonar a su suerte a todos los demás. Pedro Sánchez, claro está.

Esa es la fórmula que han seguido los independentistas catalanes desde el año 2012: poner toda la Administración -con sus presupuestos y sus subvenciones y sus terminales mediáticas- únicamente al servicio de los partidarios. Y a los demás, a los enemigos o a los indiferentes, que les den morcilla. Por supuesto, es una receta infalible para el fracaso económico y social. Y dentro de poco, si las cosas siguen igual, podremos comprobarlo con nuestros propios ojos.

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